*Foto: Mohamidi Fakal-la (Exequias de Luchaa Mohamed Lamin)
Esta mañana en el cementerio
de la wilaya de Smara, despedimos a nuestro compañero de lucha. Por fin
descansa en la eternidad de los justos.
Me imagino que será triste
pasar por la vida sin dejar huella de tu existencia. No ocurrirá eso con Luchaa
Mohamed Lamín, un compañero de lucha, un amigo irreprochable, un hombre
íntegro. Podría decir muchas cosas de él, aunque quisiera recordarlo en las
cosas sencillas, en la cercanía del amigo que ha compartido cosas y se despide
para no compartir nada más que el camino trazado y los recuerdos.
La primera vez que vi a
Luchaa, nunca he podido llamarlo Obeid, fue en septiembre del año 1967. Llegaba
de Smara para comenzar el primer curso de bachiller en el Instituto “General
Alonso” de El Aaiun, la capital de nuestro país. Había empezado a estudiar el
castellano en Mahbes con el jefe del puesto militar, el teniente Fuster, un
mallorquín que se había fijado en su capacidad de querer aprender cosas nuevas.
Si sabía la lección, lo dejaba ir a intendencia para que su tío, que era el
responsable de la misma, le diera una lata de mermelada de naranja amarga.
Hasta los últimos días fue su preferida.
En el instituto, desde el
comienzo demostró, ser un chico serio y amigo de sus amigos. Tenía una faceta
que no conocíamos, se interesaba mucho más por la política que nosotros. Ya
desde temprana edad frecuentaba los círculos del grupo de Bassiri y comenzaba a
picarle el gusanillo de la independencia. Aunque comentábamos cosas, nunca
estuvimos a su altura. Eso no era impedimento para aumentar su interés por todo
lo nuevo. El país colonizador ofrecía muchas cosas que nos haría crecer
intelectualmente y él no lo desaprovechó. En verano viajaba a las islas
Canarias o España, eso daba la oportunidad de conectar con un mundo nuevo. Le
encantaba la música tanto la foránea, Bob Dylan, Beatles, Rolling, Soul,
Country, etc., como la española, era un vicioso de Paco Ibañez. Soñaba con la
música latinoamericana: Mercedes Sosa, Violeta Parra, Víctor Jara, etc.
El Che Guevara y la revolución
cubana era punto de encuentro para analizar el papel de la lucha de los pueblos
por su libertad, tanto para él como para toda nuestra generación.
El primer contacto con la
literatura “subversiva”, lo tuvo una tarde que fue a visitar a un amigo común,
Ahmed Sidi Abdelhadi, mártir y gran compañero, conocido y querido por toda
nuestra generación. Al entrar en su casa, Ahmed no estaba, se topó con un
soldado español que le daba clases de repaso, ya que había “cateado” alguna asignatura.
Comenzaron a charlar y viendo el interés de Luchaa, el soldado le prometió que
le traería algunos libros interesantes. Dos días después, le comunicaron a
nuestro compañero que el soldado español le había dejado un libro viejo y muy
utilizado, de título extraño, escrito por un señor extranjero: El Capital de
Karl Marks. Los jóvenes españoles cuya ideología era de izquierda, eran
obligados a cumplir el servicio militar en el desierto. Los soldados vascos y
catalanes enseñaron mucho a los jóvenes saharauis. El franquismo se equivocó,
el castigo de unos se convirtió en el despertar de otros. A partir de ese
momento devoraba libros prohibidos por el régimen franquista.
A principios del año 1973, un
día nuestro amigo desapareció de repente. Los amigos nos preguntábamos por su
destino y aunque se especulaba mucho, solo supimos de su paradero el 20 de mayo
de 1973, Luchaa formaba parte de aquellos primeros jóvenes que habían decidido
coger las armas para luchar contra el colonialismo español.
No voy a reparar en su papel
como militante nacionalista, su historia es bien conocida por todos. Su deber
con la causa nacional era sagrada, el compromiso iba más allá de la militancia
en el Frente POLISARIO. El sacrificio por su pueblo era la causa principal de
su existencia.
Esta mañana en su despedida,
un verdadero acontecimiento, he visto la prueba de quien era el militante
Luchaa Mohamed Lamín, también Obeid para quienes no tuvieron oportunidad de
conocerlo antes de la revolución, una persona que deja huella por su compromiso
político y su integridad moral. Ya ha entrado en la historia de su pueblo.
Yo, su amigo, he tenido la
suerte de compartir los últimos seis meses de vida haciendo lo que a él le
gustaba, intercambiando ideas, analizando conflictos y recordando anécdotas de
nuestra juventud.
Cuando abandonábamos el
cementerio volví la vista atrás y ante tanta desolación recordé el verso de
Becquer: “que solos se quedan los muertos”.
Allá donde estés te recordaré.
¡Hasta la victoria siempre compañero!