domingo, 24 de marzo de 2013

Luchaa Mohamed Lamín, un revolucionario. Bachir Ahmed Omar


*Foto: Mohamidi Fakal-la (Exequias de Luchaa Mohamed Lamin)
Esta mañana en el cementerio de la wilaya de Smara, despedimos a nuestro compañero de lucha. Por fin descansa en la eternidad de los justos.
Me imagino que será triste pasar por la vida sin dejar huella de tu existencia. No ocurrirá eso con Luchaa Mohamed Lamín, un compañero de lucha, un amigo irreprochable, un hombre íntegro. Podría decir muchas cosas de él, aunque quisiera recordarlo en las cosas sencillas, en la cercanía del amigo que ha compartido cosas y se despide para no compartir nada más que el camino trazado y los recuerdos.
La primera vez que vi a Luchaa, nunca he podido llamarlo Obeid, fue en septiembre del año 1967. Llegaba de Smara para comenzar el primer curso de bachiller en el Instituto “General Alonso” de El Aaiun, la capital de nuestro país. Había empezado a estudiar el castellano en Mahbes con el jefe del puesto militar, el teniente Fuster, un mallorquín que se había fijado en su capacidad de querer aprender cosas nuevas. Si sabía la lección, lo dejaba ir a intendencia para que su tío, que era el responsable de la misma, le diera una lata de mermelada de naranja amarga. Hasta los últimos días fue su preferida.
En el instituto, desde el comienzo demostró, ser un chico serio y amigo de sus amigos. Tenía una faceta que no conocíamos, se interesaba mucho más por la política que nosotros. Ya desde temprana edad frecuentaba los círculos del grupo de Bassiri y comenzaba a picarle el gusanillo de la independencia. Aunque comentábamos cosas, nunca estuvimos a su altura. Eso no era impedimento para aumentar su interés por todo lo nuevo. El país colonizador ofrecía muchas cosas que nos haría crecer intelectualmente y él no lo desaprovechó. En verano viajaba a las islas Canarias o España, eso daba la oportunidad de conectar con un mundo nuevo. Le encantaba la música tanto la foránea, Bob Dylan, Beatles, Rolling, Soul, Country, etc., como la española, era un vicioso de Paco Ibañez. Soñaba con la música latinoamericana: Mercedes Sosa, Violeta Parra, Víctor Jara, etc.
El Che Guevara y la revolución cubana era punto de encuentro para analizar el papel de la lucha de los pueblos por su libertad, tanto para él como para toda nuestra generación.
El primer contacto con la literatura “subversiva”, lo tuvo una tarde que fue a visitar a un amigo común, Ahmed Sidi Abdelhadi, mártir y gran compañero, conocido y querido por toda nuestra generación. Al entrar en su casa, Ahmed no estaba, se topó con un soldado español que le daba clases de repaso, ya que había “cateado” alguna asignatura. Comenzaron a charlar y viendo el interés de Luchaa, el soldado le prometió que le traería algunos libros interesantes. Dos días después, le comunicaron a nuestro compañero que el soldado español le había dejado un libro viejo y muy utilizado, de título extraño, escrito por un señor extranjero: El Capital de Karl Marks. Los jóvenes españoles cuya ideología era de izquierda, eran obligados a cumplir el servicio militar en el desierto. Los soldados vascos y catalanes enseñaron mucho a los jóvenes saharauis. El franquismo se equivocó, el castigo de unos se convirtió en el despertar de otros. A partir de ese momento devoraba libros prohibidos por el régimen franquista.
A principios del año 1973, un día nuestro amigo desapareció de repente. Los amigos nos preguntábamos por su destino y aunque se especulaba mucho, solo supimos de su paradero el 20 de mayo de 1973, Luchaa formaba parte de aquellos primeros jóvenes que habían decidido coger las armas para luchar contra el colonialismo español.
No voy a reparar en su papel como militante nacionalista, su historia es bien conocida por todos. Su deber con la causa nacional era sagrada, el compromiso iba más allá de la militancia en el Frente POLISARIO. El sacrificio por su pueblo era la causa principal de su existencia.
Esta mañana en su despedida, un verdadero acontecimiento, he visto la prueba de quien era el militante Luchaa Mohamed Lamín, también Obeid para quienes no tuvieron oportunidad de conocerlo antes de la revolución, una persona que deja huella por su compromiso político y su integridad moral. Ya ha entrado en la historia de su pueblo.
Yo, su amigo, he tenido la suerte de compartir los últimos seis meses de vida haciendo lo que a él le gustaba, intercambiando ideas, analizando conflictos y recordando anécdotas de nuestra juventud.
Cuando abandonábamos el cementerio volví la vista atrás y ante tanta desolación recordé el verso de Becquer: “que solos se quedan los muertos”.
Allá donde estés te recordaré. ¡Hasta la victoria siempre compañero!