Tras
participar en el “campamento de la dignidad”, Mbarka Essouahe y su marido
fueron acusados de asesinato. Juntos emprendieron una huida que duró dos años.
Ahora les separan 25 años de condena.
Pikara
Magazine 10/06/2013 Blanca Enfedaque./ Rabat
Foto: Luis
Mangrané
Mbarka
Essouahe nació hace 29 años en El Aaiún y se crió en un territorio abandonado
por España y ocupado a la fuerza por Marruecos. Fuerza bruta, militar, de puños
y botas, fuerza de insultos y amenazas. Pero en octubre de 2009 Mbarka plantó
una de las miles de jaimas que a 12 kilómetros de El Aaiún forjaron el
campamento de la dignidad: Gdeim Izik. El primer campamento indignado. Como
dice Noam Chomsky, “la chispa que prendió la mecha de la primavera árabe”.
Mbarka fue la única mujer miembro del Comité de Diálogo, una célula de
interlocución con el Gobierno marroquí para trasladarles sus exigencias.
En la
madrugada del 8 de noviembre de 2010, el ejército marroquí barrió el
asentamiento, entrando con armas, gases lacrimógenos y todo terrenos. Tras el
brutal desmantelamiento de Gdeim Izik, Mbarka se convirtió en una prófuga.
Acusada de asesinato, se vio obligada a dejar atrás a sus dos hijas y emprendió
junto a su marido una huida que le llevó a esconderse durante dos años en el
desierto, en guaridas de contrabandistas o incluso en una azotea durante varios
meses, como una Anna Frank del desierto.
Su historia
ha pasado desapercibida porque pertenece a un pueblo en el que el dolor y la
violencia son algo demasiado cotidiano. Los dos años de angustia concluyeron
con una condena de 25 años para su marido, El Bakay El Arabi, mientras que las
acusaciones contra ella se archivaron misteriosamente. Con el mismo sigilo con
el que llegaron.
Nos
encontramos en un hotel de Rabat. Essouahe vive en un piso compartido con otros
muchos familiares de presos políticos saharauis en el barrio de Salé, para
estar cerca de la cárcel donde encerraron a sus seres queridos. Pese a su
juventud, tiene unos ojos duros que acumulan sufrimiento. Llega envuelta en una
melfa vistosa, pero con unos pliegues que sólo he visto en mujeres que han
vivido en el desierto. Cubre su barbilla con una especie de persiana de tela que
puede tapar su boca y su nariz ante una tormenta de arena inesperada o
simplemente para desaparecer a voluntad.
¿Cómo
llegaste a formar parte del Comité de Diálogo de Gdeim Izik? ¿Fue tu primera
experiencia política?
La mayoría
de los saharauis crecemos inmersos en el debate político. Tras un proceso de
selección me escogieron a mí, también para atender las necesidades de las
mujeres y ser su altavoz. Había otros grupos de trabajo: sanidad, seguridad,
logística, limpieza, sensibilización… pero el Comité de Diálogo era el órgano
más político.
¿Y
conseguisteis vuestro objetivo? ¿Pudisteis trasladar vuestras demandas?
Nuestras
demandas eran y son estas: denuncia de la marginación a la que nos someten,
denuncia del saqueo de nuestros recursos naturales y exigencia política de
iniciar un proceso de autodeterminación e independencia. Pero primero nos
enviaron a un comité militar y luego a las figuras…
¿Figuras?
Si,
nosotros les llamamos maniquís, estatuas… son los saharauis que colaboran con
el ocupante y trabajan para él. Pero nosotros queríamos un comité ministerial
con contacto directo con el rey. La contraparte negociadora debía ser
competente y tener poder. Al final logramos reunirnos con el ministro de
Interior, Taieb Cherkaoui.
¿Se
imaginaban que podía llegar a haber un desmantelamiento como el que hubo? ¿Cómo
recibieron la noticia del asesinato de Nayem Elgarhi?
Si. Por
supuesto que nos imaginábamos que podían entrar por la fuerza. La muerte del
niño de 14 años incrementó la tensión y la desconfianza. Pero no es una novedad
que Marruecos asesine a un saharaui. Eso ha ocurrido muchas veces antes y
después de Gdeim Izik. Son muertes en vano porque siguen sin tomarnos en serio.
Tendrá
muchos recuerdos de esa noche…
La jornada
anterior habíamos acompañado al hospital a otro miembro del Comité y, al
regresar, unos policías rompieron los cristales de nuestro coche. Por eso, al
volver al campamento tuvimos una disputa en el control policial porque no nos
dejaban pasar con las ventanillas así. Al final conseguimos entrar y, tras una
ronda para comprobar que todo estaba tranquilo, me fui a dormir con mi marido.
A las cuatro de la mañana nos despertamos asustados y sorprendidos. Fuimos de
los últimos en abandonar el campamento.
Marruecos
argumenta que hubo ataques a agentes.
Sí, por
supuesto que hubo enfrentamientos. La gente estaba dormida, les atacaron
mientras algunos estaban semidesnudos, quitándoles las esterillas en las que
dormían… ¿Qué íbamos a hacer? Se llama defensa propia.
¿Qué
supuso emocionalmente Gdeim Izik para los habitantes de los Territorios
Ocupados?
Según mi
experiencia, Gdeim Izik es la mayor victoria que hemos tenido en el Sahara
Ocupado. Es lo más grande en lo que he podido participar.
¿Fue ese
el secreto del éxito de Gdeim Izik precisamente? ¿La amplia participación?
No. El
pueblo saharaui, tras mucha presión y muchas humillaciones, se quitó el miedo.
Los primeros días, las primeras jaimas que llegaron se ponían muy juntas,
¡pegadas de miedo!
*
En mitad de
la entrevista suena su teléfono móvil. Es una llamada de parte de su marido,
desde la cárcel de Salé 2. Tiene los dedos de un pie fracturados. Le pregunto
cómo se lo hizo y contesta con mirada dura “estaba nervioso y le dio una patada
a la pared de la celda”.
Aprovecha
el paréntesis y nos muestra un vídeo. En él aparece El Bakay por la noche en el
desierto, (la badía, como dicen los saharauis), fumando un cigarrillo relajado,
escuchando la radio, mesándose la barba. Quiero saber cuántas veces ha visto
ese vídeo desde que en septiembre le encarcelaron. “Siempre, a todas horas”,
reconoce, bajando por primera vez los ojos.
¿Cómo
empezó su huida?
Nos llegó
información de que habían detenido a nuestro compañero Mohamed Bouriar. Había
rumores de que iban a ir a por todos los miembros del Comité. Mi marido se
escondió, y yo no sabía dónde estaba. Efectivamente, en la siguiente semana
arrestaron a varias personas del Comité de Diálogo. Contacté con El Bakay y
decidimos marcharnos de El Aaiún, allí no estábamos a salvo. Escapamos gracias
a gente con experiencia en el contrabando.
¿Contrabandistas?
Bueno, más
bien estraperlistas, personas que saben cómo esquivar el bloqueo económico de
Marruecos. La harina, el azúcar, el tabaco, el aceite… todo eso está controlado
por el ocupante. Este tipo de gente estudia continuamente cómo saltarse los
límites que impone ilegítimamente Marruecos y romper el bloqueo. La primera en
salir fui yo. Un mes y veinticinco días después me reuní con mi marido. Esos
primeros seis meses no salimos del desierto. Nuestras dos hijas, de dos y ocho
años, quedaron con mi familia. A la mayor la sacaron de la escuela por miedo a
las represalias.
Pero
tras medio año separados decidieron retomar el contacto con su familia…
Visitamos a
nuestra familia, pero nos quedamos a dormir en el recinto para los animales. La
segunda noche sentimos que llegaba un convoy de coches. Apagamos corriendo la
vela que teníamos. Seis o siete coches daban vueltas todo el rato a la casa,
pero no hicieron nada más que llevarse a una persona de nuestra familia para
interrogarla.
¿Por qué
motivo les buscaban a usted y a su marido?
Teníamos
dos órdenes de búsqueda (cada uno) por asesinato. Era peligroso quedarnos allí,
por eso nos marchamos, primero a Bojador y luego a Dajla (antigua Villa
Cisneros). Allí conseguimos un 4×4 con el que mi marido cada semana podía
trabajar de transportista y conseguir algo de dinero. Pero los “Sucesos de
Dajla” hicieron que se esfumara pronto el sueño. Los colonos fueron primero a
por los todoterrenos de los saharauis porque saben que es una de las pocas
alternativas de empleo, para logística o pastoreo, puesto que la principal
actividad económica, la pesca, nos está vetada. Dejamos allí el coche y
marchamos hacia Agadir, mil doscientos kilómetros al norte. Una huida difícil porque
necesitábamos un médico para mi marido, pero no lo conseguimos porque
hubiéramos levantado sospechas. Llegó la época más dura: sin trabajo, sin casa,
sin saber de la familia… yendo de pueblo en pueblo.
¿Cuál
era su motivación en toda esa huida?
Seguir
juntos hasta el final, por nuestras hijas. Hasta que nos llegó el rumor de que
ya no nos buscaban. Empecé a trabajar con otras mujeres. Llevábamos dos años
sin nuestras niñas y decidimos ir a verlas. Estuvimos durante julio y agosto de
2012 con ellas, pero en septiembre detuvieron a mi marido. Estuve a punto de
volverme loca. No puedo encontrar en otro lado lo que siento con él, lo que él
me da. Creí que no lo iba a soportar. Cuando lo arrestaron pensé en entregarme.
Logré hablar con él en el traslado de la comisaría a la gendarmería y me dijo
“tienes que continuar fuera, tienes que ir con las niñas, ¡lárgate!”. Yo me
quedé llorando. Una prima suya fue a verle y por poco la detienen pensando que
era yo. Escapé superando controles y cordones de seguridad en varios taxis.
Durante tres meses me escondí en una jaima situada en una azotea.
¿La
orden de búsqueda contra usted seguía en pie?
Un conocido
que nos ayudó mucho me dijo que había hablado con la policía y que garantizaban
que no me iban a meter a la cárcel para que las organizaciones humanitarias no
se les echaran encima al dejar a las niñas solas. El 31 de diciembre tomé la
determinación de ir a las autoridades para comprobarlo por mí misma. Llamé por
teléfono a esta persona que nos estaba apoyando y le dije “estoy en la brigada
de la gendarmería, te llamo para que, si me hacen desaparecer, por lo menos
alguien lo sepa”.
¿Cuál
fue la reacción de los gendarmes?
Creyeron
que era una loca. Me pidieron la documentación, pero la había perdido toda en
el desmantelamiento de Gdeim Izik. Estaban desconcertados y llamaron a un
coronel, que también preguntó si yo era una loca. Dijo “no la toquéis, llamad a
una mujer para que examine si lleva algo (una bomba) bajo la melfa”.
Evidentemente, no llevaba nada. Me rastrean en la base de datos y descubren las
dos órdenes de búsqueda, una por asesinato y otra por homicidio involuntario.
Toda la maquinaria del Majzén se pone en marcha: llaman a El Aaiún y luego a
Rabat. Tras interrogatorios de muchas horas conseguí unos papeles que hacen que
no me afecten esas órdenes de búsqueda.
Entonces,
¿dejaron ir a una “presunta asesina” como si nada?
El Sáhara
está gestionado a merced del carácter y capricho de unos cuantos generales
marroquíes. Tanto en mi caso como en el de mi marido y los otros 25 presos
políticos de Gdeim Izik lo más doloroso es que no existen pruebas para que un
tribunal militar dicte condenas de cadena perpetua o décadas de
encarcelamiento. No estamos en contra de la justicia, creemos en la justicia
igual que creemos en la inocencia de todos ellos. Y por ella vamos a seguir
trabajando y a continuar con ellos hasta el fin.