martes, 11 de junio de 2013

“Gdeim Izik es la mayor victoria que hemos tenido en el Sáhara Ocupado”



Tras participar en el “campamento de la dignidad”, Mbarka Essouahe y su marido fueron acusados de asesinato. Juntos emprendieron una huida que duró dos años. Ahora les separan 25 años de condena.
Pikara Magazine 10/06/2013 Blanca Enfedaque./ Rabat
Foto: Luis Mangrané
Mbarka Essouahe nació hace 29 años en El Aaiún y se crió en un territorio abandonado por España y ocupado a la fuerza por Marruecos. Fuerza bruta, militar, de puños y botas, fuerza de insultos y amenazas. Pero en octubre de 2009 Mbarka plantó una de las miles de jaimas que a 12 kilómetros de El Aaiún forjaron el campamento de la dignidad: Gdeim Izik. El primer campamento indignado. Como dice Noam Chomsky, “la chispa que prendió la mecha de la primavera árabe”. Mbarka fue la única mujer miembro del Comité de Diálogo, una célula de interlocución con el Gobierno marroquí para trasladarles sus exigencias.
En la madrugada del 8 de noviembre de 2010, el ejército marroquí barrió el asentamiento, entrando con armas, gases lacrimógenos y todo terrenos. Tras el brutal desmantelamiento de Gdeim Izik, Mbarka se convirtió en una prófuga. Acusada de asesinato, se vio obligada a dejar atrás a sus dos hijas y emprendió junto a su marido una huida que le llevó a esconderse durante dos años en el desierto, en guaridas de contrabandistas o incluso en una azotea durante varios meses, como una Anna Frank del desierto.
Su historia ha pasado desapercibida porque pertenece a un pueblo en el que el dolor y la violencia son algo demasiado cotidiano. Los dos años de angustia concluyeron con una condena de 25 años para su marido, El Bakay El Arabi, mientras que las acusaciones contra ella se archivaron misteriosamente. Con el mismo sigilo con el que llegaron.
Nos encontramos en un hotel de Rabat. Essouahe vive en un piso compartido con otros muchos familiares de presos políticos saharauis en el barrio de Salé, para estar cerca de la cárcel donde encerraron a sus seres queridos. Pese a su juventud, tiene unos ojos duros que acumulan sufrimiento. Llega envuelta en una melfa vistosa, pero con unos pliegues que sólo he visto en mujeres que han vivido en el desierto. Cubre su barbilla con una especie de persiana de tela que puede tapar su boca y su nariz ante una tormenta de arena inesperada o simplemente para desaparecer a voluntad.
¿Cómo llegaste a formar parte del Comité de Diálogo de Gdeim Izik? ¿Fue tu primera experiencia política?
La mayoría de los saharauis crecemos inmersos en el debate político. Tras un proceso de selección me escogieron a mí, también para atender las necesidades de las mujeres y ser su altavoz. Había otros grupos de trabajo: sanidad, seguridad, logística, limpieza, sensibilización… pero el Comité de Diálogo era el órgano más político.
¿Y conseguisteis vuestro objetivo? ¿Pudisteis trasladar vuestras demandas?
Nuestras demandas eran y son estas: denuncia de la marginación a la que nos someten, denuncia del saqueo de nuestros recursos naturales y exigencia política de iniciar un proceso de autodeterminación e independencia. Pero primero nos enviaron a un comité militar y luego a las figuras…
¿Figuras?
Si, nosotros les llamamos maniquís, estatuas… son los saharauis que colaboran con el ocupante y trabajan para él. Pero nosotros queríamos un comité ministerial con contacto directo con el rey. La contraparte negociadora debía ser competente y tener poder. Al final logramos reunirnos con el ministro de Interior, Taieb Cherkaoui.
¿Se imaginaban que podía llegar a haber un desmantelamiento como el que hubo? ¿Cómo recibieron la noticia del asesinato de Nayem Elgarhi?
Si. Por supuesto que nos imaginábamos que podían entrar por la fuerza. La muerte del niño de 14 años incrementó la tensión y la desconfianza. Pero no es una novedad que Marruecos asesine a un saharaui. Eso ha ocurrido muchas veces antes y después de Gdeim Izik. Son muertes en vano porque siguen sin tomarnos en serio.
Tendrá muchos recuerdos de esa noche…
La jornada anterior habíamos acompañado al hospital a otro miembro del Comité y, al regresar, unos policías rompieron los cristales de nuestro coche. Por eso, al volver al campamento tuvimos una disputa en el control policial porque no nos dejaban pasar con las ventanillas así. Al final conseguimos entrar y, tras una ronda para comprobar que todo estaba tranquilo, me fui a dormir con mi marido. A las cuatro de la mañana nos despertamos asustados y sorprendidos. Fuimos de los últimos en abandonar el campamento.
Marruecos argumenta que hubo ataques a agentes.
Sí, por supuesto que hubo enfrentamientos. La gente estaba dormida, les atacaron mientras algunos estaban semidesnudos, quitándoles las esterillas en las que dormían… ¿Qué íbamos a hacer? Se llama defensa propia.
¿Qué supuso emocionalmente Gdeim Izik para los habitantes de los Territorios Ocupados?
Según mi experiencia, Gdeim Izik es la mayor victoria que hemos tenido en el Sahara Ocupado. Es lo más grande en lo que he podido participar.
¿Fue ese el secreto del éxito de Gdeim Izik precisamente? ¿La amplia participación?
No. El pueblo saharaui, tras mucha presión y muchas humillaciones, se quitó el miedo. Los primeros días, las primeras jaimas que llegaron se ponían muy juntas, ¡pegadas de miedo!
*
En mitad de la entrevista suena su teléfono móvil. Es una llamada de parte de su marido, desde la cárcel de Salé 2. Tiene los dedos de un pie fracturados. Le pregunto cómo se lo hizo y contesta con mirada dura “estaba nervioso y le dio una patada a la pared de la celda”.
Aprovecha el paréntesis y nos muestra un vídeo. En él aparece El Bakay por la noche en el desierto, (la badía, como dicen los saharauis), fumando un cigarrillo relajado, escuchando la radio, mesándose la barba. Quiero saber cuántas veces ha visto ese vídeo desde que en septiembre le encarcelaron. “Siempre, a todas horas”, reconoce, bajando por primera vez los ojos.
¿Cómo empezó su huida?
Nos llegó información de que habían detenido a nuestro compañero Mohamed Bouriar. Había rumores de que iban a ir a por todos los miembros del Comité. Mi marido se escondió, y yo no sabía dónde estaba. Efectivamente, en la siguiente semana arrestaron a varias personas del Comité de Diálogo. Contacté con El Bakay y decidimos marcharnos de El Aaiún, allí no estábamos a salvo. Escapamos gracias a gente con experiencia en el contrabando.
¿Contrabandistas?
Bueno, más bien estraperlistas, personas que saben cómo esquivar el bloqueo económico de Marruecos. La harina, el azúcar, el tabaco, el aceite… todo eso está controlado por el ocupante. Este tipo de gente estudia continuamente cómo saltarse los límites que impone ilegítimamente Marruecos y romper el bloqueo. La primera en salir fui yo. Un mes y veinticinco días después me reuní con mi marido. Esos primeros seis meses no salimos del desierto. Nuestras dos hijas, de dos y ocho años, quedaron con mi familia. A la mayor la sacaron de la escuela por miedo a las represalias.
Pero tras medio año separados decidieron retomar el contacto con su familia…
Visitamos a nuestra familia, pero nos quedamos a dormir en el recinto para los animales. La segunda noche sentimos que llegaba un convoy de coches. Apagamos corriendo la vela que teníamos. Seis o siete coches daban vueltas todo el rato a la casa, pero no hicieron nada más que llevarse a una persona de nuestra familia para interrogarla.
¿Por qué motivo les buscaban a usted y a su marido?
Teníamos dos órdenes de búsqueda (cada uno) por asesinato. Era peligroso quedarnos allí, por eso nos marchamos, primero a Bojador y luego a Dajla (antigua Villa Cisneros). Allí conseguimos un 4×4 con el que mi marido cada semana podía trabajar de transportista y conseguir algo de dinero. Pero los “Sucesos de Dajla” hicieron que se esfumara pronto el sueño. Los colonos fueron primero a por los todoterrenos de los saharauis porque saben que es una de las pocas alternativas de empleo, para logística o pastoreo, puesto que la principal actividad económica, la pesca, nos está vetada. Dejamos allí el coche y marchamos hacia Agadir, mil doscientos kilómetros al norte. Una huida difícil porque necesitábamos un médico para mi marido, pero no lo conseguimos porque hubiéramos levantado sospechas. Llegó la época más dura: sin trabajo, sin casa, sin saber de la familia… yendo de pueblo en pueblo.
¿Cuál era su motivación en toda esa huida?
Seguir juntos hasta el final, por nuestras hijas. Hasta que nos llegó el rumor de que ya no nos buscaban. Empecé a trabajar con otras mujeres. Llevábamos dos años sin nuestras niñas y decidimos ir a verlas. Estuvimos durante julio y agosto de 2012 con ellas, pero en septiembre detuvieron a mi marido. Estuve a punto de volverme loca. No puedo encontrar en otro lado lo que siento con él, lo que él me da. Creí que no lo iba a soportar. Cuando lo arrestaron pensé en entregarme. Logré hablar con él en el traslado de la comisaría a la gendarmería y me dijo “tienes que continuar fuera, tienes que ir con las niñas, ¡lárgate!”. Yo me quedé llorando. Una prima suya fue a verle y por poco la detienen pensando que era yo. Escapé superando controles y cordones de seguridad en varios taxis. Durante tres meses me escondí en una jaima situada en una azotea.
¿La orden de búsqueda contra usted seguía en pie?
Un conocido que nos ayudó mucho me dijo que había hablado con la policía y que garantizaban que no me iban a meter a la cárcel para que las organizaciones humanitarias no se les echaran encima al dejar a las niñas solas. El 31 de diciembre tomé la determinación de ir a las autoridades para comprobarlo por mí misma. Llamé por teléfono a esta persona que nos estaba apoyando y le dije “estoy en la brigada de la gendarmería, te llamo para que, si me hacen desaparecer, por lo menos alguien lo sepa”.
¿Cuál fue la reacción de los gendarmes?
Creyeron que era una loca. Me pidieron la documentación, pero la había perdido toda en el desmantelamiento de Gdeim Izik. Estaban desconcertados y llamaron a un coronel, que también preguntó si yo era una loca. Dijo “no la toquéis, llamad a una mujer para que examine si lleva algo (una bomba) bajo la melfa”. Evidentemente, no llevaba nada. Me rastrean en la base de datos y descubren las dos órdenes de búsqueda, una por asesinato y otra por homicidio involuntario. Toda la maquinaria del Majzén se pone en marcha: llaman a El Aaiún y luego a Rabat. Tras interrogatorios de muchas horas conseguí unos papeles que hacen que no me afecten esas órdenes de búsqueda.
Entonces, ¿dejaron ir a una “presunta asesina” como si nada?
El Sáhara está gestionado a merced del carácter y capricho de unos cuantos generales marroquíes. Tanto en mi caso como en el de mi marido y los otros 25 presos políticos de Gdeim Izik lo más doloroso es que no existen pruebas para que un tribunal militar dicte condenas de cadena perpetua o décadas de encarcelamiento. No estamos en contra de la justicia, creemos en la justicia igual que creemos en la inocencia de todos ellos. Y por ella vamos a seguir trabajando y a continuar con ellos hasta el fin.