lunes, 8 de junio de 2015

Takbar Haddi y la inercia de la MINURSO. Por Omar Slama

Foto: La Provincia
*Por Omar Slama
El domingo 8 de febrero y a escasos dos meses de vencerse el plazo del mandato de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO), fallecía el joven saharaui Mohamed Lamin Haidala sin asistencia médica y con la agonía de la paliza recibida durante esos días por colonos marroquíes en la ciudad de El Aaiún ocupado.
Haidala es el último caso de las agresiones que sufren los saharauis en los territorios ocupados y que suelen culminar con el fallecimiento del agredido.
Para los casos de violencia injustificada, de violaciones sexuales, de torturas y detenciones arbitrarias no existe un orden ni una clasificación de gravedad, ni siquiera una última vez, ya que estos suceden a diario sin que la misión técnica de la ONU preste la menor atención a este tipo de atrocidades.
Han sido en vano muchos de los esfuerzos de las organizaciones de derechos humanos de llevar al Consejo de Seguridad un mecanismo imparcial para la protección de los derechos fundamentales en el Sahara Occidental.
Han sido en vano muchos de los esfuerzos de las organizaciones de derechos humanos de llevar al Consejo de Seguridad un mecanismo imparcial para la protección de los derechos fundamentales en el Sahara Occidental.
Sin embargo, una vez más y tras la renovación del mandato de la misión el pasado mes de abril, el Sahara Occidental sigue sangrando en silencio.
Para colmo, las autoridades de ocupación omiten la búsqueda de la verdad y ofrecen protección a verdugos, policías de paisano y civiles que actúan con su beneplácito.
La MINURSO, que absorbe anualmente una financiación internacional de 61.7 millones de dólares en el mantenimiento de un status quo de silencio y compasión, no posee toma de decisión en un territorio del cual es la máxima responsable por ser este un territorio no autónomo pendiente de descolonización.
La madre de Mohamed Lamine cumple hoy 25 días de huelga de hambre ante el consulado de Marruecos en Las Palmas de Gran Canaria: “Mi hijo me pide justicia en mis sueños”, reconoce abatida pero impulsada por la lucha.
Un sueño que le resultará inimaginable de conciliar para Essima Buseif, madre de Hassana Elwali, asesinado el pasado septiembre, y para Khira Ahmed, madre de Said Dambar, ejecutado a sangre fría por la policía marroquí cuando se dirigía a su casa después de ver el clásico.
Las condenas no hacen justicia, ni siquiera la propia justicia evita la impunidad; mientras tanto, el espejismo de una nueva madre en llanto y el cadáver de un nuevo crimen cabalgan en las calles del Sahara Occidental.
¿El futuro? El Sahara es una olla a presión que puede explotar en cualquier momento. La comunidad internacional ya ha tenido tiempo más que suficiente para solucionar un conflicto que, ante su pasividad, puede desencadenar una fuente de inestabilidad para una región en constante tensión.
Un foco que, precisamente en estos tiempos, no hace ningún bien para el desarrollo pleno de África y menos aún para los países del Magreb.
Es de urgencia, de gran necesidad, no solo cumplir las demandas de la familia Haidala, sino abrazar los esfuerzos del pueblo saharaui y no dejar caer la oportunidad de crear una justicia que espera desde hace cuatro décadas.

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