Foto: La Provincia |
*Por Omar Slama
El domingo 8 de febrero y a escasos dos
meses de vencerse el plazo del mandato de la Misión de las Naciones Unidas para
el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO), fallecía el joven saharaui
Mohamed Lamin Haidala sin asistencia médica y con la agonía de la paliza
recibida durante esos días por colonos marroquíes en la ciudad de El Aaiún
ocupado.
Haidala es el último caso de las agresiones
que sufren los saharauis en los territorios ocupados y que suelen culminar con
el fallecimiento del agredido.
Para los casos de violencia injustificada,
de violaciones sexuales, de torturas y detenciones arbitrarias no existe un
orden ni una clasificación de gravedad, ni siquiera una última vez, ya que
estos suceden a diario sin que la misión técnica de la ONU preste la menor
atención a este tipo de atrocidades.
Han sido en vano muchos de los esfuerzos de
las organizaciones de derechos humanos de llevar al Consejo de Seguridad un
mecanismo imparcial para la protección de los derechos fundamentales en el
Sahara Occidental.
Han sido en vano muchos de los esfuerzos de
las organizaciones de derechos humanos de llevar al Consejo de Seguridad un
mecanismo imparcial para la protección de los derechos fundamentales en el
Sahara Occidental.
Sin embargo, una vez más y tras la
renovación del mandato de la misión el pasado mes de abril, el Sahara
Occidental sigue sangrando en silencio.
Para colmo, las autoridades de ocupación
omiten la búsqueda de la verdad y ofrecen protección a verdugos, policías de
paisano y civiles que actúan con su beneplácito.
La MINURSO, que absorbe anualmente una
financiación internacional de 61.7 millones de dólares en el mantenimiento de
un status quo de silencio y compasión, no posee toma de decisión en un
territorio del cual es la máxima responsable por ser este un territorio no
autónomo pendiente de descolonización.
La madre de Mohamed Lamine cumple hoy 25
días de huelga de hambre ante el consulado de Marruecos en Las Palmas de Gran
Canaria: “Mi hijo me pide justicia en mis sueños”, reconoce abatida pero
impulsada por la lucha.
Un sueño que le resultará inimaginable de
conciliar para Essima Buseif, madre de Hassana Elwali, asesinado el pasado
septiembre, y para Khira Ahmed, madre de Said Dambar, ejecutado a sangre fría
por la policía marroquí cuando se dirigía a su casa después de ver el clásico.
Las condenas no hacen justicia, ni siquiera
la propia justicia evita la impunidad; mientras tanto, el espejismo de una
nueva madre en llanto y el cadáver de un nuevo crimen cabalgan en las calles
del Sahara Occidental.
¿El futuro? El Sahara es una olla a presión
que puede explotar en cualquier momento. La comunidad internacional ya ha
tenido tiempo más que suficiente para solucionar un conflicto que, ante su
pasividad, puede desencadenar una fuente de inestabilidad para una región en
constante tensión.
Un foco que, precisamente en estos tiempos,
no hace ningún bien para el desarrollo pleno de África y menos aún para los
países del Magreb.
Es de urgencia, de gran necesidad, no solo
cumplir las demandas de la familia Haidala, sino abrazar los esfuerzos del
pueblo saharaui y no dejar caer la oportunidad de crear una justicia que espera
desde hace cuatro décadas.
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