GUINGUINBALI LAURA GALLEGO Madrid | 05/10/2010
Personalmente, nunca he entendido mucho de patriotismos, pero sí de libertad. Y cuánto más conozco la realidad del pueblo saharaui, mejor entiendo la íntima relación que, en su caso, tienen ambos conceptos. Déjenme que me explique.
El pasado mes de julio, tras llevar tiempo escuchando que las delegaciones de activistas saharauis por los Derechos Humanos que habían empezado a visitar los campamentos de Tinduf eran recibidas por la policía marroquí con mucha violencia en su regreso a El Aaiún (el famoso grupo de los Siete había sido detenido y tres de sus miembros permanecen aún en prisión) decidimos viajar para comprobarlo.
Lo que vimos entonces, desde una ventana, a escasos metros, es que, efectivamente, esos recibimientos son actos reivindicativo de la independencia del Sahara Occidental, sí. Los activistas se bajan de los vehículos entre proclamas y portando alguna bandera y antes de entrar en la vivienda donde les esperan sus amigos y familiares, reciben una brutal paliza.
Es una paliza anunciada. Saben que va a ocurrir. Porque la casa está sitiada por cientos de policías horas antes de su llegada. Pero, en un territorio ocupado a la espera de un referéndum que le ponga título de propiedad ¿no debieran los defensores de una de las posturas poder reivindicarla pacíficamente?. Eso sería la libertad.
La semana pasada viajaron 72 activistas a Argel y regresaron acompañados de una decena de observadores internacionales. Lo hicieron en tres tandas, y en el segundo recibimiento, cuando el actor Willy Toledo trató de grabar un video en el aeropuerto, se le echaron encima varios policías que le arrebataron el aparato borrando el contenido, y golpearon, con más violencia que a él, a varios de los activistas. Una de las mujeres saharauis, terminado el alboroto, tenía un picotazo en el pie, y una hora después, la pierna inflamada.
Las fuerzas de seguridad marroquíes tenían, según la prensa de ese país “órdenes de no caer en las provocaciones de los observadores internacionales”. Y en esa ocasión, la provocación, dice el ministro de Comunicación, fue grabar a la policía. Y en eso hay quien quiere centrar el debate.
Yo, si me lo permiten, puedo añadir más datos: cuando no hay observadores, no del peso mediático que tenían en esta ocasión, la violencia se desata en cuestión de segundos. Esta vez, la policía no cargó contra los activistas, pero les rodeó, les hizo gestos con el dedo índice sobre el cuello, les gritó, empujó. No puedo confirmar las amenazas porque me las tradujeron los saharauis. A lo mejor estaban saludando; pero puedo trasladarles la actitud agresiva. Eso lo vi.
Los españoles en ningún momento respondieron a esas agresiones, y créanme, ni Willy ni nadie que no sea de allí, que viva esa realidad a diario, tendría el valor de hacerlo, de provocar a más de cien policías. Perdón, me corrijo, puede que haya insensatos con afán de protagonismo, no entro en eso. Pero no fue el caso. Eso sí puedo afirmarlo, porque lo vi.
Vi a un grupo de españoles de mediana edad, juntos a otros tres jóvenes y el propio Toledo o el consejero del Cabildo grancanario Carmelo Ramírez, apostarse en la puerta de una casa repleta de saharauis y frente a los agentes -vestidos de paisano y en algunos casos dejando entrever una porra bajo alguna de sus prendas- y aguantar esos gestos y empujones sin mover una ceja. Y sin huida, ni hacia adelante ni hacia atrás.
Los vi también contemplar estupefactos una protesta pacífica de un centenar de activistas saharauis que, aprovechando su presencia, querían gritarle al mundo su sufrimiento. Y que no encontraron mejor modo de expresarlo -y a mi juicio fue brillante- que el silencio.
Dicen que no es necesario tener valor para hacer algo, cuando ese algo es lo único que puedes hacer. Y así piensa una a veces que se encuentran los saharauis entre la espada y la pared. Pero lo cierto es que tienen otra opción: la de callar, la de no protestar, no reivindicar, no reclamar. Sólo así evitarían los golpes. Pero ¿no es eso represión?
No se trata sólo de las denuncias de Toledo o Ramírez, de un dedo roto o de una foto inoportuna, sino de las denuncias de cientos de organizaciones, de Human Rigth Watch, de Amnistía Internacional, de grupos de parlamentarios europeos. La última que yo escuché fue la de un alto mando de la MINURSO ya jubilado, que cuenta a quien quiera escucharle cómo vio con sus propios ojos cometer a las autoridades marroquíes todo tipo de tropelías contra la población saharaui en 2005, “sin poder hacer nada”. Porque no entraba en sus competencias.
Esa es la realidad de los hechos, no una puesta en escena: la resistencia saharaui, la de aquellos que vencen el miedo al menos, es un ejercicio de libertad. La libertad de aspirar a recuperar su patria. Y acallar esas aspiraciones con golpes, se llama represión. ¿Cómo consiguen algunos volverlo un asunto tan complicado?
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