Vicente Araguas escritor, poeta y músico gallego
La cesión del Sahara Occidental a Marruecos y Mauritania (hoy “posesión” exclusiva marroquí) fue una de las mayores canalladas españolas, doblegando las rodillas ante aquel Hassan II, que llamaba primo a Juan Carlos I, atribuyéndose ese parentesco regio -por cierto, cuanto monárquico apasionado abriga este país, suspendido en Historia, ahora que el trasero palaciego huele a pólvora- que la endogamia secular de la institución favorece. Dicen que ahí está el “quid” del asunto, y por eso la presencia de Doña Letizia alborota tanto el gallinero, en fin. A mí, francamente, eso tanto me da, de puro negarle sentido, ni siquiera sentido común, democrático a la institución. Pero no la causa saharaui, víctima de la injusticia histórica que le negó a una nación, carente todavía de estado, su derecho a autodeterminarse. Errante en los campos desérticos que rodean Tinduf, donde se aglomera toda esa buena gente expulsada de una tierra, exprovincia española, que es la suya por derecho y ahora ocupada por esos colonos enviados por Rabat con la idea de acabar marroquinizando lo que nunca fue de ellos.
Y como sabemos la clase de dictadura (monarquía feudal, de origen “divina”) que rige Marrocos, también cuáles son sus métodos, raro será que el viajero por este país (fui y pienso seguir siéndolo) encuentre a nadie que no evite un tema tan tabú como Alá o el inmensamente corrupto Mohamed VI. Así están las cosas cuando llega a mí, con la intención de que la firme, lo que hago encantado, una petición para que el Instituto Cervantes disponga sede o, cuando menos, sucursal en Tinduf. Donde además de árabe la gente habla el español que les había sido otorgado por la metrópoli. Que si tan cobarde a la hora de entregar lo que tenía en depósito no lo sea también cuando se trata de conservar su propio idioma entre quienes son tan generosos no solo de guardarlo sino de pedir que se les ayude a mantenerlo. Otorgando de paso al Sahara Occidental esa categoría de estado-rehén que ostenta. Alguien pensará que qué se me perdió en esta historia, ocupado como estoy en que el gallego no se nos despiste. Ocurre que cada idioma es un tesoro. Y labor del género humano que se conserve. Como obligación de los biennacidos es pedir un Sahara Libre. Aunque nuestras voces clamen, de momento, en el desierto.
VICENTE ARAGUAS
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