miércoles, 23 de mayo de 2012

Sahara Occidental: el sueño se eterniza


La crisis económica y la inseguridad en el Sahel lastran la solución de un conflicto víctima ya desde hace décadas de la desgana internacional
Las horas pasan despacio en el campamento de refugiados Dajla, al sur de Argelia
No hay nubes que oculten lo que hay abajo cuando el avión sobrevuela el Sahara (desierto en árabe) a la altura de la provincia argelina de Tinduf. De repente aparecen jaimas de lona y casuchas de barro.. Son, hilvanados en la polvareda, los campamentos de refugiados saharauis. Vistos por la ventanilla parecen un sarampión que salpica la tierra. La impresión es la de un pueblo nómada que se mueve al ritmo de sus dromedarios y cabras. Pero este es un sarampión para el que no hay doctor. Tampoco sirven de nada las recetas en forma de resolución de la ONU, tan periódicas como ineficaces. Y eso que el diagnóstico llegó hace casi cuatro décadas, las mismas que cumplirá el año que viene el organismo supremo de la autoridad saharaui, el Frente Polisario.
Ya con los pies en tierra, es fácil comprobar cómo los rastros del sedentarismo se multiplican en los campamentos. Las empresas argelinas extienden la cobertura de teléfono móvil, se levantan hospitales y escuelas, algunos particulares adquieren coches con los que recorren decenas de kilómetros de asfalto sobre lo que antes eran pistas, otros abren pequeños negocios. El dinar argelino corre cada vez más de mano en mano. Y también las divisas que mandan los saharauis asentados lejos de la jaima familiar. Una pequeña economía que para nada hace sombra al enorme entramado humanitario que supone el sustento esencial de esta población, unos 200.000 según fuentes oficiales del Polisario.
Miles de ciudadanos huyeron de sus casas en el Sahara Occidental cuando España abandonó en 1975 la que era su colonia -todavía lo es hoy sobre el papel- dejándola en manos de Marruecos y Mauritania. La guerra que se fraguaba contra el colonizador estalló entonces. Nuakchot se retiró y Rabat ocupó la porción de terreno que Madrid le asignó. Aquellos saharauis que pusieron pies en polvorosa y sus descendientes son en gran medida hoy los vecinos de los campamentos de refugiados.
El campamento Dajla dispone de una calle comercial. Como todas, sin asfalto, aceras o alumbrado. Allí se encuentran una carnicería abierta con fondos de la Diputación de Sevilla, algún taller mecánico y varios ultramarinos como el de Hussein Suil. En una especie de garaje, este hombre, que calcula que nació hace 61 o 63 años, vende un poco de todo. Pero ese todo tiene que traerlo de la ciudad de Tinduf, a 170 km.
«Dos días a la semana le hago al taxista una lista con todo lo que me hace falta y él se encarga de traerlo», explica Hussein, que no paga a su proveedor hasta que no logra vender la mercancía. Pero tampoco muchos clientes le pagan a él en el momento de llevarse la compra de la tienda. Mientras explica esta cadena de deudas, que a veces se alarga varios meses, espanta a unas cabras que amenazan con comerse sus zanahorias. Junto a estas se muestra a la venta un saco de arroz en el que se lee impreso: «Regalo de la ECHO», la oficina de ayuda humanitaria de la UE..
Hussein nació en la antigua Villa Cisneros española. Sus palabras no desprenden optimismo respecto al regreso a su tierra. «Dios lo decidirá», dice con la misma resignación que alumbra a muchos refugiados. «Ya no nos queda esperanza a casi nadie, sobre todo porque llevamos desde 1991 sin resultados», se queja la parlamentaria saharaui Coría Ahmad Abdallah, de 46 años. Ese año se decretó el alto el fuego y se desplegó la misión de la ONU, la Minurso, encargada de organizar un referéndum de autodeterminación que hoy nadie espera, al menos a corto plazo. El presupuesto anual de la misión es de 49 millones de euros. En estas dos décadas, y apoyado en el hartazgo de su gente y el pasotismo internacional, el discurso del Polisario ha rondado la posibilidad de retomar las armas. Pero, repetida tantas veces la amenaza, casi nadie le cree.
La actual crisis internacional sacude fuerte a un pueblo «con dependencia absoluta de las ayudas externas», afirma el ministro de Cooperación saharaui, Haj Ahmed. Las que llegan de España estima que podrían descender un cincuenta por ciento. Estos negros augurios sirven para volver a poner los argumentos de la guerra sobre la mesa. «Llevamos veinte años esperando el referéndum y apostando por la vía pacífica», lo que podría verse alterado ante un escenario de «hambruna», lanza de manera velada el ministro.
El mazazo del secuestro
El secuestro por vez primera de tres cooperantes extranjeros en los campamentos en un clima de creciente inseguridad en el Sahel supone otro mazazo para los saharauis. Los españoles Ainhoa Fernández y Enric Gonyalons y la italiana Rosella Urru están desde octubre en manos de terroristas. La presencia estos días de ciudadanos occidentales en los campamentos es acompañada de manera sistemática por una escolta de militares del Polisario y gendarmes argelinos. El miedo a que se repita está presente. «Y si se repite será por otros medios», piensa el ministro de Estado, Bachir Mustafa Sayed, aludiendo al protocolo de seguridad desplegado.
Coría Ahmad se ve muchos años de refugiada. Su familia, como la de la mayoría de saharauis, está dividida entre los que alcanzaron los campamentos y los que se quedaron en la zona ocupada por Marruecos. «Quiero volver a mi tierra, pero solo cuando sea independiente». Mientras tanto, alimentos como la carne de camello, el pollo o los huevos seguirán siendo un lujo.
«Continuaremos viviendo de la ayuda internacional», dice la parlamentaria mientras abraza a su nieto Yussef. En la casa familiar, de bloques de barro, no hay agua corriente y una pequeña placa solar alimenta las bombillas bajo las que esta mujer sueña, mientras espera la independencia, con «aprender idiomas y escribir en ordenador».
Hachazo a las vacaciones en paz
«Soy de Bollullos», dice Coría, una niña saharaui de doce años refugiada del campamento Dajla, en Tinduf (Argelia). Evidentemente Coría no nació en Bollullos de laMitación, un pueblo de Sevilla, a más de 1.500 kilómetros de su casa. Es allí, sin embargo, donde en sucesivos veranos esta niña de desparpajo desbordante ha aprendido a hablar castellano con acento andaluz y a bailar sevillanas, y hasta se ha convertido en protagonista del documental «Coría y el mar». A nada de ello tendría acceso sin el programa «Vacaciones en Paz».
Todo empezó hace 26 años con la llegada a España en verano de algunos niños de los campamentos, que necesitaban atención médica, recuerda José Taboada, presidente de la Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sahara (CEAS). Primero se acomodaban en residencias, después los acogieron familias. El proyecto creció. Durante muchos veranos eran raros el pueblo y la ciudad de España en los que no había un niño saharaui.
Hasta 9.000 llegaron a viajar a bordo de vuelos «chárter» cuyos aterrizajes convertían en una fiesta los aeropuertos, especialmente entre aquellos que llevaban varios años repitiendo familia española.
Pero el latigazo de la crisis ha pegado fuerte, hasta herir estas «Vacaciones en Paz», que de 9.000 beneficiados ha pasado a 5.000 por los problemas económicos de las familias y las dificultades de las asociaciones prosaharauis para recaudar fondos. «¿Que qué vamos a hacer?», se pregunta Taboada entre risas. «Pues volver a lo del principio.. Vender camisetas, mecheros, llaveros... organizar cenas y hacer rifas».
CEAS Sahara dispone de un teléfono (91 531 76 04) para los interesados en acoger a niños saharauis