28/01/2013
Hace dos años, Al Aaiún
apareció levemente en la agenda internacional: los saharauis formaron un
campamento que muchos consideran el primer precedente de Tahrir, Sol y Occupy
Wall Sreet. El próximo 1 de febrero se celebra el juicio militar a 24
activistas que participaron en él. Solo hay una manera de saber qué pasa hoy
allí, y es acercarse, mirar y hablar con la gente, ahora que no hay focos.
Tras pasar dos controles,
donde se han llevado mi pasaporte hasta cuatro policías distintos y me han
hecho un montón de preguntas, llego por fin a Al Aaiún (Sahara Occidental).
Cuando me bajo del autobús, uno de esos policías me está esperando para
llevarme en su coche a un hotel. Le digo que prefiero coger un taxi, pero me
responde: sube, mejor te llevo. El tono de ese "mejor" no admite un
no por respuesta. Yo quería alojarme en un barrio más popular, pero me lleva a
uno del centro. Es mejor, me vuelve a decir. Están todos los hoteles llenos,
pero hasta que no encuentra uno, no me deja en paz. Paso una noche allí, pero
al día siguiente me cambio.
Al tercer día de estar allí,
un hombre me advierte en un café que tengo a dos policías de paisano
siguiéndome. Uno está siempre en mi hotel. Otro suele sentarse conmigo en un
café al que voy. Es normal, me dice, siempre que viene algún extranjero lo
hacen así.
- Ten cuidado. No quieren que
ayudes a los saharauis, ni que te enteres de lo que pasa aquí. Nosotros tenemos
miedo hasta de hablar con vosotros, fíjate.
- Pero ahora está la cosa
tranquila, ¿no?
- ¡No! Aquí hay muchas
manifestaciones.
- ¿Cuándo?
- Casi todos los días. Cada
vez en un barrio distinto. Pero es difícil enterarte antes. Si fuera fácil para
ti, también lo sería para la policía, y podría reprimirla más.
Supongo que tiene razón.
La ciudad
Hay personas que son más
viejas que ella. Fundada hace 80 años por militares españoles, de alguna manera
se parece el típico poblado del lejano Oeste. De hecho, es el lejano Oeste,
pero no de Ámerica: de África.
El centro es una rotonda
repleta de hoteles y dos calles perpendiculares que la vertebran. La principal
es la que llaman "look at me" (mírame), con los mejores restaurantes
y las tiendas más caras, donde la gente va a pasear y dejarse ver. La segunda
es la calle del mercado, donde venden tijeras, cerrojos usados, pavos muertos,
pavos vivos... Si atraviesas esta calle, llegas a un barrio más popular donde
hay siempre niños, jugando al fútbol o cogidos de la mano, de veinte en veinte,
al volver de la escuela. También puedes verlos sentados en círculo escuchando a
dos cuentacuentos que a falta de títeres, hacen ellos mismos de muñeco y
tirititero mientras van pidiendo monedas para continuar su historia. Si aún vas
más allá, encuentras otro mercado, esta vez de cabras y dromedarios. Allí , uno
se señala el cuello y hace que se clava un cuchillo y le chorrea sangre,
mientras me señala. Después me entero que me está intentando decir: yo soy
matarife, ¿y tú de qué trabajas?
Si aún te adentras más,
empiezas a ver grúas, alguna fábrica y las típicas casas con los colores del
desierto: amarillo, marrón, rosa pálido, naranja... Más allá, hay mucha basura.
Un poco más allá, el desierto.
Las furgonetas azules de la
policía son ominipresentes. También las furgonetas amarillas escolares. Y una blanca
de la ONU. Y en algunos sitios estratégicos, muchos militares. Cuando me ven, a
veces se acercan y les hacen alguna broma a un niño. Los niños les miran
perplejos.
La Historia y las historias
La Historia es más o menos
sabida: colonia española hasta 1975, año en la que es ocupada por Marruecos.
Hay saharuis que se quedan, saharuis que forman el Frente Polisario para luchar
por la independencia, saharuis que huyen hasta la frontera con Argelia y acaban
formando los campamentos de Tindurf. Empieza la guerra, la represión, la lucha
diplomática por un referéndum que siempre se pospone. Mientras tanto, cada vez
más marroquíes se vienen a vivir aquí.
Las historias, en cambio, no
son tan conocidas. Antes de venir, me costaba imaginar cómo era la vida aquí. Los
días que paso en Al Aaiún camino por algunos barrios, hablo con la gente, y
compruebo que lo que dice Jehane en un foro es más que cierto: "El Aaaiún
fue la meca de muchas personas que vinieron buscando riqueza y que el tiempo ha
desencantado. Podrás escuchar muchas historias de marroquíes desilusionados, de
saharaouis en lucha constante, de otros que se han construido una vida, de
desencuentros entre familias separadas por un muro, e incluso muchos te
contarán de su añoranza del tiempo en que fueron colonia de España. Creo que lo
mejor de la ciudad es eso, las historias de todas esas gentes, así que estate
siempre a la escucha, porque se abrirán rápidamente a tí en cuanto les des una
oportunidad."
Primera historia
Cuando voy por la calle,
muchos me saludan. Se acercan. Me preguntan. Me dan la bienvenida. Me dicen que
si me pueden ayudar en algo. A veces me acompañan un trecho del camino y vamos
hablando. Uno de ellos habla un español perfecto: "claro, antes eramos de
España, pero nos abandonaron, qué se le va a hacer". Otro es un
adolescente saharaui que dice estar harto de la ocupación marroquí.
- ¿Ves? Hay policías por todas
partes. Todos marroquíes. Y se quedan con todo: las casas, los trabajos... No
nos dejan nada a nosotros. Yo me quiero ir a estudiar a Egipto. Y luego ya
veré.
Pasamos por la sede de Minurso
(Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental). Está
rodeada de unas veinte banderas marroquíes, plantadas fuera pero tan, tan cerca
que, cuando corre un poco de aire, las banderas ondean dentro. Le pregunto al
chico: ¿y estos qué hacen?
- Nada. Solo comen y duermen.
Y se dan una vuelta por ahí de vez en cuando.
Antes de irse, me da su
facebook. Cuando le agrego, veo que su foto de perfil es la de Sadam Husseinn.
Segunda historia
"No hay problemas entre
marroquís y saharauis, gracias a la policía todo está tranquilo, y con todas
las inversiones que están haciendo, cada día está mejor".
Quien me dice esto es un chico
marroquí que he conocido en un café. Me cuenta que su padre es de Casablanca y
vino a trabajar aquí hace 20 años. Es normal, me dice, la gente va donde hay
trabajo. Y aquí están creando muchos.
Me lleva al hotel de lujo
donde él estuvo trabajando un año. Nos tomamos allí un té.
- Mira, ese es el
"presidente" de la ciudad.
Me señala a un tipo calvo, que
jamás nos mira, aunque estamos muy cerca.
- Desde que él está aquí hay
cada vez más fábricas, mejores calles...
- ¿Porqué es el
"presidente"? ¿La gente le vota, hay elecciones?
- No. Es el rey quien lo ha
puesto. El rey es el que sabe quién es el mejor para cada región. Si no, puede
pasar como en EE.UU, que la gente vota a Schwarzenegger.
Cuando me lleva a la calle
"look at me" no deja de señalar a las chicas vestidas más
"occidentales".
- Mira esa. Bitch (zorra). Y
esa. Bitch.
Cuando lo dice, pone cara de
asco, pero no se le escapa una. No hay pantalones ceñidos o algo parecido a un
escote que no lo mire unos segundos.
Tercera historia
Tendriáis que escuchar mi
francés. Ni para pedir un zumo de naranja a veces me entienden. Lo bueno es
que, al final, siempre acaban llamando a alguien que sepa inglés o español para
que haga de traductor, y este me acaba invitando a la mesa con sus amigos.
Hoy me ha vuelto a pasar. El
joven saharui que me echa un mano se describe así: "Ni estudio ni trabajo.
Soy el típico chico saharaui".
Me cuenta que, tanto en el
colegio y en el instituto, la mayoría de los maestros son marroquíes y "si
eres saharaui, ni se ocupan de ti, te discriminan: en tu propio país."
Pasa de hablar de fútbol a las
palizas de la policía con total naturalidad. Aunque le cambia la cara. Cuando
habla de Messi, parece un chico de 15 años. Cuando habla de otras cosas,
pareciera que tenga 40.
Le pregunto si no tiene amigos
marroquíes.
- Claro. Uno de mis mejores
amigos, mi hermano más bien, es marroquí.
Y duda un poco antes de
decirme esto:
- Mi novia es marroquí.
- ¿Y ella? ¿quiere la
independencia?
Vuelve a dudar.
- Sí.
Y se ríe.
Pienso que habría que
preguntarle a ella.
Cuarta historia
Me dicen que ya no quedan autobuses
para ir a Marraquesh. Un hombre me pregunta que si me puede ayudar. Él también
quiere irse ya. Acabamos compartiendo taxi para ir a otra estación. Está
cerrada hasta las cinco. Lo mejor es que nos vayamos a comer y ya volveremos,
me dice. Cogemos otro taxi. Yo creía que me iba a dejar en mi hotel, pero de
ninguna manera, me invita a comer en su casa.
Él vive ahora en Sevilla, pero
nació en Tindurf. En la casa nos espera su hermana, que también nació en allí.
Todos los veranos se iba con una familia a España, hasta los 18 años, que dejó
definitivamente los campamentos y se fue a vivir a Sevilla y a Alicante. Me
presenta también a su madrastra. Su madre todavía vive en el campamento de
Tindurf. El padre prefirió venirse aquí y se volvió a casar. Es la hermana
quien, con acento andaluz , me cuenta esta historia:
- Cuando se fueron los
españoles y empezó la guerra, mis padres huyeron a Tindurf. Al tiempo, mi
padre, quiso volver aquí. Él dice que esta es su tierra, que es la de sus
padres y la de sus abuelos, y que quiere morirse aquí. Pero mi madre le dijo:
si quieres, vete, pero yo me quedo. Aquí no es como en España, no se necesita
tanto papeleo. Si te quieres separar, bastan tres palabras. Y mi padre vino y
se volvió a casar. Mi madre dice que prefiere la libertad. Y allí la tiene,
libertad total, y también miseria total. Bueno, miseria... tampoco tanto.
Aunque yo preferiría que se viniese aquí, no allí todo el día al sol. Que sí,
que aquí hay represión, como en tantos sitios, pero también puedes hacer una
vida más o menos normal.
El hermano, en cambio, dice
que se está mejor allí. Que al menos hay libertad. Que aquí la policía está
siempre cogiendo a chavales por hacer grafittis de Sáhara libre o cosas así.
Ella asiente:
- Hay adolescentes que se
juntan muchas veces para tirar piedras a la policía. Yo les digo: con eso, lo
único que váis a arreglar es que os den una paliza y os metan en la cárcel.
Pero es su forma de luchar. Ahora, no hay mucho más que eso.
Él se asoma por la ventana y
me dice: mira, tus amigos. Abajo hay un coche de policía. Poco antes, les había
contado yo la historia de los policías que me vigilaban. Ella niega con la
cabeza.
- No creo que estos estén aquí
por ti. Aquí hay muchos pisos vacíos y la policía quiere tenerlos así para ir
ocupándolos con marroquíes que vayan viniendo. Cuanto más marroquíes vengan al
Sáhara, más fácil es que ganen el reférendum. Por eso, también los saharauis
ocupan siempre que pueden pisos como estos. Estos policías estarán aquí por
eso.
- Aquí nunca se sabe, insiste
él.
Quinta historia
Es muy común ver a un corrillo
de hombres, sentados en el suelo, jugando en la arena a una especie de damas
con piedras y pajitas como fichas. Los que van moviendo estas “fichas” son dos,
pero los que están alrededor ayudan a uno o a otro según quien sea su amigo.
Que jueguen solo dos, mientras los demás solo miran o esperan, sería absurdo
para ellos; aquí todo se hace en grupo, y si se puede ayudar, se ayuda.
Como hay poco trabajo, me dice
uno, es una forma barata de pasar el tiempo.
Sexta historia
Por la mañana, había dicho en
el hotel que me iba, pero como después no he encontrado billetes, pregunto
ahora si me puedo quedar también esta noche. Ya está completo, me dicen.
Entonces, me despido de él, y también del policía de paisano que estaba siempre
en recepción, y me voy a buscar otro hotel.
Tardo más de una hora, y
cuando al fin lo encuentro, salgo de la habitación, y me topo con ese mismo
policía, que ahora hace como que reza. Pienso: no digas nada, ¿para qué?, no
merece la pena. Pero al final me acerco, y le pregunto: ¿porqué estás aquí?
Se le ve sorprendido. Hace que
no entiende. Hace que se ata los zapatos (¡pero son babuchas, no tiene
cordones!)
Se lo vuelve a repetir más
despacio.
Es igual.
Se lo intento decir en francés.
Me contesta en inglés.
- Trabajo aquí.
- Pero si estabas siempre en
el otro hotel.
- Trabajo en distintos
hoteles.
- ¿Y cúal es tu trabajo?
- Distintas cosas.
- ¿Cómo qué?
Se ríe.
Yo insisto. Sonriendo y muy
educado (o al menos, ¡eso creo!).
- Ayudo en la recepción.
- ¿Cómo?
- Veo la televisión.
- Ver la televisión no es
ningún trabajo.
- Sí
- ¿Sí?
- Sí, sí.
Todo esto mientras se va, poco
a poco, alejando. Hasta que se acaba yendo del todo.
Cuando, poco después, salgo a
cenar a mi restaurante habitual, me encuentro allí sentado al otro policía.
Cuando pido la cuenta, veo que coge el móvil: supongo que para decir a otros
que ya salgo. Si me lo cuentan unos días antes, no me lo creo.
Penúltima historia
"Solo nosotros veíamos la
represión. No dejaron pasar a la prensa internacional. Solo a la marroquí, que
siempre miente."
Así me habla un chico saharui
del campamento de Gdeim Izik. Él no estuvo allí, pero sí en los enfrentamientos
que hubo después en Al Aaiún.
La historia es esta: En
octubre de 2010, unos 40 saharuis montaron jaimas a las afueras de Al Aaiún
como forma de protesta pacífica por sus condiciones de vida. Pronto se empezó a
sumar gente hasta formar un gran campamento. Para muchos, ese fue el verdadero
pistoletazo de salida de la Primávera árabe. Después vendrían Túnez, la plaza
Tahrir. Y un poco más tarde, la Puerta del Sol, Occupy Wall Street... Aquí, no
dió tiempo a tanto.
Antes de cumplir el mes de
protestas, las fuerzas armadas marroquíes rodearon el campamento, dispararon a
un chico de 14 años que pretendía entrar, y acabaron desmantelando el
campamento por la fuerza. Las protestas, la represión, las peleas entre
marroquíes alentados por la policía y los saharuis se trasladaron a Al Aaiún.
Aún hay 24 presos por participar en el campamento. El 1 de febrero se celebra
su juicio militar y parece que antes habrá algunas movilizaciones, tanto aquí
como en Tindurf, Francia, México, España...
Una amiga, que sabe que estoy
por aquí, me pasa por correo la convocatoria de protestas y un artículo, donde
un saharui cuenta que, a pesar del trágico desenlace "el campamento de
Gdeim Izik fue dulce, una luz para los saharauis, una unión que eliminó el
tribalismo y renació la amistad y el hermanamiento".
Y un pensamiento
En la estación de autobús,
vuelvo a ver a uno de los policías de paisano. Cruzo la frontera. Ya no me
sigue nadie. Yo me voy. Ellos se quedan. Sus historias siguen. No sé cómo, pero
siguen. Estaría bien saber cómo siguen. Qué pasa después, cuando se supone que
nada pasa.