En noviembre de 2010, el
ejército y la policía de Marruecos volvían hacer una demostración pública de
cómo violan sistemáticamente los DDHH de la población saharaui: desmantelaban
brutalmente el campamento de Gdeim Izik que los saharauis había montado
pacíficamente. Muertos, heridos y torturas, la receta con la que cotidianamente
el régimen de Mohamed VI trata a quienes un día fueron ciudadanos españoles.
La diferencia aquel día fue
que, gracias a los activistas allí desplegados, todo el mundo pudo conocer de
primera mano lo que allí sucedía y fue entonces, en pleno Gobierno de Rodríguez
Zapatero, cuando los españoles pudieron comprobar cómo la causa saharaui une a
los dos principales partidos políticos del país, pero lo hace negativamente, renunciando
a la responsabilidad no sólo moral, sino a la que nos asigna el Derecho
Internacional como potencia administradora del Sáhara Occidental.
Más de dos años después, sigue
preso un grupo de 23 saharauis, sin que la Comunidad Internacional se haya
preocupado por ello lo más mínimo. Dos años pudriéndose en la cárcel Salé Rabat,
esperando un juicio que en absoluto será justo, a manos de una dictadura
apoyada, sustentada y financiada por países como España. Ya el hecho de que
sean juzgados por un tribunal militar el próximo 1 de febrero, a pesar de que
todos ellos son civiles, no barrunta nada bueno... así como tampoco los cargos
que se les imputan, convenientemente manipulados, de un modo ilegal. Una
auténtica farsa de juicio que, de permitirla, también sentenciará a España como
cómplice, manchará aún más sus manos con sangre saharaui.
Pero Marruecos es una pieza
demasiado importante para EEUU, que a lo largo de la historia ha aportado más
dinero al régimen alauita que a cualquier otro socio internacional, considerándolo
su puerta al Magreb; para España, una pieza comercial y de tapón a la
inmigración y un socio económico para Francia. En realidad, todos ellos cambian
vidas humanas por dinero y, en el caso español, siempre ha dado igual si quien
ostentaba el poder era la izquierda o la derecha, todos ellos han sido y son
ruines, con el rey a la cabeza.
Por eso es importante
manifestarse, demostrar que también en este asunto los Gobiernos están alejados
de la realidad, de la ciudadanía que sí defiende algo más que un puñado de
dirhams. El próximo día 26 de enero habrá concentraciones por todo el mundo -seguro
que en su ciudad hay alguna- y en Madrid, frente a la Embajada de Marruecos (C/Serrano
179), el pueblo de Madrid volverá a demostrar a las 19:00 horas de qué lado
está. Del lado saharaui, del lado de la defensa de los DDHH.
Que la crisis, que los
problemas nacionales no le hagan caer en la trampa del discurso "bastantes
problemas tengo yo, como para preocuparme por los de fuera", porque quizás,
algún día y no muy lejos, esa violencia e injusticia que hoy nuestros Gobierno
obvia, la aplique contra nosotros mismos. De hecho, ¿no hemos visto ya signos
de ello?