A Jaafar Carcoub Hmad, saharaui, le
detuvieron a las 12 h. de la noche, cuando paseaba por el puerto de El Aaiún,
cerca de un almacén de sardinas.
Jaafar es sobrino del conocido activista de
derechos humanos Hmad Hammad. Hmad sabe bien lo que son las torturas marroquíes
y la persecución sistemática de su persona. Todavía hoy padece secuelas de
aquellas torturas que le infligieron. Ha sido operado de las vértebras, tiene
dolores enormes. Ser sobrino de Hmad no es buena tarjeta de presentación.
A Jaafar, le cogieron entre cinco o seis gendarmes
marroquíes diciendo que intentaba quemar los almacenes. Le olieron las manos y
decían que olían a gasolina.
Le llevaron a la comisaría de la playa. Nada
más llegar, le pegaron con un ladrillo en la cabeza, y perdió el conocimiento.
Luego le metieron en un cuarto de baño repugnante y le dieron golpes y patadas.
Fue una paliza organizada, colectiva. Le pegaron con zapatillas en la cara. Le
dieron patadas en la cabeza con la punta de las botas, y también se la pisaron.
Le pusieron contra el suelo y le saltaban encima de la espalda como si
estuvieran sobre un colchón. Se turnaban. Después alguien mandó que le dieran
la vuelta, y siguieron saltando sobre el pecho. Estaba esposado de manos y
pies, lleno de sangre. Se hizo encima todas sus necesidades. No consintieron en
cambiarle, ni en darle agua.
Él chillaba. “Chilla, chilla, que no te
oyen”. Una persona con bigote le dijo: “¿Tú sabes que muchos de los que han
estado en esta celda como tú, no han vuelto a dar señales de vida? Algunos
lograron salir, y otros, por desgracia, no”.
Cuando le detuvieron, había una persona con
él que huyó y avisó a la familia. Su tía fue a la comisaría y le dijeron que no
era nada, una riña que había tenido. Su tía sabía que no era una riña. Cuando
se fue, comentó el gendarme “estos nativos, que incultos son, se lo creen
todo”.
Le pegaron toda la noche. Le dejaban
descansar un poco y volvían a pegar. Se divertían con él. A las 5 h., le
dejaron tirado en el suelo y se fueron un rato a tomar sus cosas.
Le llamaban separatista, le insultaban, le
escupían.
Jaafar sangraba por los ojos. No podía
protegerse la cara. Le rompieron la nariz, una ceja. Le duele todo, codos,
rodillas, cabeza, espalda, sobre todo la espalda. No se puede mover.
Jaafar comenta lo que sintió. Le sorprendió
la enorme crueldad de los gendarmes, dando esos golpes de odio, de maldad. No
tienen miedo. Saben que están protegidos.
Le interrogaban, pero antes de que pudiera
contestar, le volvían a golpear. Pregunta - golpe. Le preguntaban por gente que
no conocía, que qué hacía en El Aaiún (Jaafar lleva sólo 3 meses en El Aaiún),
que cuál era su relación con su tío Hmad.
Jaafar les dijo: “Esperad, que falta poco
para la ampliación de la
MINURSO ”. “Toma Minurso” y le golpeaban más.
Jaafar les dijo que no era separatista, que
para separarse de algo hay que haber estado unido alguna vez. Y que el Sahara
nunca había formado parte de Marruecos.
Estas contestaciones de Jaafar a los
gendarmes pueden sorprender, en una situación tan dura, pero Jaafar me dice que
era todo tal sinrazón que le daba igual, quería morirse. No soportaba más,
tenía dolor en el pecho, en el estómago, en la espalda, en la cara. Quería
combatir la violencia con la verdad, con la razón.
“Yo estoy contra el expolio”. Más golpes.
El expolio -algo así como “nahb” en árabe- es una palabra tabú para Marruecos. Está
censurada.
Le hicieron firmar papeles que ni sabía lo
que eran. Le pusieron la huella sobre el papel. Él intentaba tachar la declaración,
pero le seguían pegando.
Le llevaron al hospital donde le cosieron
los puntos de las heridas en la cabeza. Y le volvieron a traer al calabozo
donde pidieron que su familia le trajese ropa para presentarse ante el juez
porque así no podía ir.
El informe médico: en un papel de notas un
gendarme apunta: un golpe en la cabeza, un golpe en la ceja, y se lo mete en el
bolsillo.
Por la mañana cambiaron de grupo. Estos
aparecían muy joviales y simpáticos. “¿Quién te ha hecho esto?” “Vuestros
compañeros”. “No, no tienes que decir eso. No va a servir de nada”. Le decían
“Hay que dejar la política. La política la manejan unos y luego sois la pobre
gente los que pagáis el pato”.
Le insistieron una y mil veces para que no
dijera nada ante el juez de lo que le habían hecho, por la cuenta que le traía.
Un policía con muchos galones le dijo: “Como te pongas con los activistas,
habrá consecuencias, que tu tío sabe lo que hay”. Se lo repitió con mucha
intención, como dejándole pensar todas las posibilidades de represalia. “Te lo
digo tres veces y no te lo digo más”.
Ante el juez, Jaafar lo contó todo. El juez
no quería ni escucharle. “No te creo, no va a constar nada”. Jaafar, a pesar de
su estado, insistía al juez “no me han leído mis derechos, y ahora que estoy
ante el juez, no me quiere oír”.
El juez lo dejó claro “Si quieres que todo
vaya bien, no digas que te pegó la gendarmería”. Le amenazó con la Cárcel Negra. Más tarde, cambió
un poco y le dijo “mira, vas a salir absuelto, pero no tienes que decir que te
pegaron en comisaría”.
Le acababan de regalar un móvil bueno. La
gendarmería le devolvió sus dos móviles rotos, machacados con las botas. Se
quedaron con sus dos tarjetas de memoria. Previamente, hace unos días, le
habían bloqueado el e-mail.
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