domingo, 20 de enero de 2019

Mohamed Tahlil, preso político saharaui condenado a 20 años de cárcel. ¡Cuánto sufrimiento!


Por Cristina Martínez Benítez de Lugo.
El 16 de enero se han cumplido los 45 días de confinamiento a que fue castigado el preso político saharaui Mohamed Tahlil. Lo tienen en un calabozo de la cárcel de Bouzakarn, en Marruecos, un zulo de tan reducidas dimensiones que en él ni siquiera se puede dormir estirado.
Tahlil fue represaliado por negarse a vestir ropa de preso común cuando él es un preso político.
En efecto, Mohamed Tahlil, saharaui, activista por los derechos humanos en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, fue encarcelado por la policía judicial marroquí el 4 de diciembre de 2010 y sometido a los dos juicios-farsa de Gdeim Izik, que le valieron 20 años de prisión.
Ya había sido encarcelado por sus ideas políticas en 2005 y en 2007. En ambos casos fue condenado a tres años de prisión, pero fue liberado al cabo de año y medio.
Mohamed Tahlil nació en 1981 en Guelta Zemour, Sáhara Occidental. Es el presidente de la sección de Bojador de la Asociación Saharaui de Víctimas de Graves Violaciones de los Derechos Humanos Cometidas por el Estado Marroquí (ASVDH).
En 2017, durante el segundo pseudojuicio de Gdeim Izik, Tahlil acusó a Marruecos en su declaración de ser un estado ocupante y dictatorial, de montar un juicio farsa. Dejó claro por qué estaba en la cárcel, no por Gdeim Izik –donde ni siquiera había puesto los pies– sino por defender la independencia del Sáhara Occidental como se deducía de los interrogatorios de la instrucción, en los que no le preguntaron por el campamento sino por su viaje a Argelia y por los dirigentes del Polisario. Él es saharaui, no marroquí ni tunecino. Esas afirmaciones no salen gratis. Todos los presos de ese juicio se encararon con el tribunal con idéntica valentía, y así lo están pagando: una condena injusta, torturados, sin atención médica, sin derechos, lejos de su tierra y de sus familias, aislados, sin ningún tipo de garantía, sin que podamos saber nada de ellos.
No se han dado muchas explicaciones sobre la situación de Tahlil. Y es que no hay noticias. Nadie le puede ver. Nadie sabe de él. Se declaró en huelga de hambre cuando le llevaron al zulo. Las noticias que tenemos de otros castigos similares son espeluznantes: el espacio de un váter nauseabundo con insectos.
Atormenta imaginar cómo estará. Incomunicado 45 días en un sitio de esas características es una lenta y angustiosa condena de muerte. La incomunicación puede implicar también un desprecio aun mayor de sus carceleros por saber cómo se encuentra: si le han dado ataques de ansiedad, si está enfermo –dicen que del riñón y del estómago por las huelgas de hambre anteriores–, si siente frío, humedad, dolor, picores. Le han olvidado en el infierno y cuando abran la caja arrastrarán a un guiñapo de persona. Lo mismo que tantos otros compañeros. No le han perdonado ni un día. Sigue en el calabozo. Habrá padecido íntegro su aislamiento.
16 de enero, un día aciago para la historia: el Parlamento Europeo transgrede los principios sobre los que se fundamenta aceptando la inclusión ilegal del Sáhara Occidental ocupado en los acuerdos de la UE con Marruecos. Así podrán seguir expoliando sus recursos naturales. Todo vale. Y uno se pregunta quién podrá defender a estos presos.
Si representantes del pueblo votan contra el derecho y a favor de intereses económicos ilegítimos, ya no son nuestros representantes, son unos impostores. Y estos impostores hacen lo que sea por ignorar la injusticia y la crueldad del ocupante. Malos tiempos.

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