Amnistía Internacional se pone en contacto con Haidar, que también pide que intervenga la ONU
LA PROVINCIA. GREGORIO CABRERA. 18 DE noviembre de 2009. Le pasan una botella pequeña de agua en la que ella misma disuelve un azucarillo. Es desde la medianoche del domingo al lunes el único sustento de la activista saharaui de mayor reconocimiento internacional, Aminatu Haidar. Un breve sorbo dulce que se pierde en la inmensa amargura de verse atrapada en la terminal de salidas del aeropuerto de Lanzarote después de que las autoridades marroquíes le prohibieran su entrada a El Aaiún y la deportaran al sábado a la isla tras requisarle el pasaporte. Su huelga de hambre supone una protesta contra el Gobierno español, al que acusa de ser "cómplice" de Marruecos en un supuesto pacto para mantenerla lejos de su hogar. "Seguiré con esto hasta la muerte o hasta que España me devuelva a mi patria", proclamó ayer envuelta en una melfa blanca decorada con delicados bordados de hilo rosa. Otro extraño destello entre tanta oscuridad.
Para algunos serían sólo palabras. Para ella son hondísimas convicciones. La defensa de la autodeterminación del pueblo saharaui la ha conducido a tantos pozos que sólo así se explica su capacidad para andar entre abismos. "Prefiero estar en una cárcel de mi patria, cerca de mis hijos, que secuestrada en España. No quiero pedir asilo político, sino regresar al Sahara Occidental, que está ilegalmente ocupado por Marruecos", proclamó ayer con aire de letanía y arropada por varios ciudadanos saharauis residentes en Lanzarote que la colman de mimos y la miran con orgullo.
A finales de los ochenta pasó cuatro años con los ojos vendados en una mazmorra de El Aaiún. En 2005 se negó a comer durante 52 días. Ahora ha cumplido el primero. Nadie sabe cuál será el último.
Otros llevan una venda de por vida. Agarrado a un transistor y a su bastón, Mohamed Salem Busaraya, de sesenta años y al que todos llaman el doctor, es uno de los que acompañan día y noche a la admirada Haidar. Ex periodista de la Radio Nacional de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), tuvo que colgar el micrófono después de quedar cegado por una bengala en 1985 en plena batalla entre tropas de Marruecos y del Frente Polisario. "Lo que está viviendo Aminatu es una situación dramática, injusta e ilegal", subraya a un metro de la afectada. Él no puede ver. Ella arrastra una úlcera de estómago, anemia, problemas en la columna vertebral, en un brazo... Las secuelas en su salud se mezclan con premios y medallas recibidos.
El teléfono no cesa. Pasada la una de la tarde, la llaman desde la sede en Londres de Amnistía Internacional, a la que detalla su situación por espacio de hora y media. Reclama la intervención del secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon. Alguien vuelve a mezclar azúcar en el agua.
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