PUBLICO. CARLOS TAIBO. 19 Dic 2009
El regreso a El Aaiún de Aminatou Haidar es un triunfo para la causa del pueblo saharaui. Un triunfo empañado, eso sí, por la certificación de que Francia y España han preferido dar la espalda, una vez más, a un pueblo cuyos derechos han sido pisoteados a lo largo de más de tres decenios.
No olvidemos que si Francia ha renovado su apoyo a la autonomía del Sáhara dentro de Marruecos, la posición española, aparentemente más comprometida, esconde dobleces sin cuento. En las últimas semanas, el ministro de Asuntos Exteriores ha subrayado incansable que la relación con Marruecos no estaba experimentando quiebra alguna. La vicepresidenta primera, por su parte, ha repetido una y otra vez que, en relación con el Sáhara, debía perfilarse un acuerdo que, mutuamente aceptado por las partes, contemplase la autodeterminación del pueblo saharaui.
Resumo al lector lo que lo anterior significa. Fernández de la Vega sabe, por lo pronto, que pedía un imposible: no habrá ningún acuerdo aceptado por las partes que incluya el ejercicio de la autodeterminación en el Sáhara. Y no lo habrá porque Marruecos, de siempre, se ha negado a acatar tal horizonte. Si la declaración de la vicepresidenta primera se convierte, entonces, en un lamentable brindis al sol, la del ministro Moratinos retrata bien a las claras lo que ocurre: como quiera que el Gobierno español no tiene intención alguna de romper un plato en su relación con Marruecos, sus declaraciones en defensa de los derechos humanos quedan en agua de borrajas. Importa mucho más el negocio marroquí de nuestros empresarios y el papel de escudo que la monarquía alauí ejerce frente a la inmigración ilegal y la expansión del islamismo radical que la defensa cabal de los derechos de un pueblo castigado y olvidado.
Si nada ha cambiado en la actitud de nuestros gobernantes, sí que lo ha hecho, en cambio, en la de una parte de la ciudadanía, de la mano de una inusitada reacción de solidaridad con Haidar y con su pueblo. Como bien recordaba el otro día un escritor, a buen seguro que han sido muchos, en estos días, los adolescentes que han preguntado a sus padres qué era eso del Sáhara Occidental. Más de uno, en fin, parece haber abierto los ojos ante las miserias que el Gobierno español muestra en este y en otros muchos terrenos. Las cosas tienen, con todo, otra cara. Ahí están, para testimoniarlo, profesores e intelectuales que han decidido que la autonomía dentro de Marruecos es la solución adecuada para el Sáhara; poco importa, al parecer, que esa autonomía se haya visto triturada por centenares de muertos, torturados y represaliados. Uno de esos intelectuales nos ha recordado, por cierto, que El Aaiún no es lo que era tres decenios atrás. Tampoco Varsovia era la misma en 1943… Cuando se echa una ojeada a los foros en la Red se descubre, en fin, que muchos ciudadanos sólo sienten desprecio ante lo que, en Lanzarote, ha hecho una mujer firme y valerosa.
De poco consuelo es, a estas alturas, certificar que lo del Sáhara no es, entre nosotros, sino un hito más en una política exterior miserable que remite a una Transición mal cerrada. Y es que nuestros gobernantes, los de ahora como los de antes, sólo sacan pecho en defensa de los derechos cuando estos no ponen en un brete los intereses de la octava economía del mundo.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política
El regreso a El Aaiún de Aminatou Haidar es un triunfo para la causa del pueblo saharaui. Un triunfo empañado, eso sí, por la certificación de que Francia y España han preferido dar la espalda, una vez más, a un pueblo cuyos derechos han sido pisoteados a lo largo de más de tres decenios.
No olvidemos que si Francia ha renovado su apoyo a la autonomía del Sáhara dentro de Marruecos, la posición española, aparentemente más comprometida, esconde dobleces sin cuento. En las últimas semanas, el ministro de Asuntos Exteriores ha subrayado incansable que la relación con Marruecos no estaba experimentando quiebra alguna. La vicepresidenta primera, por su parte, ha repetido una y otra vez que, en relación con el Sáhara, debía perfilarse un acuerdo que, mutuamente aceptado por las partes, contemplase la autodeterminación del pueblo saharaui.
Resumo al lector lo que lo anterior significa. Fernández de la Vega sabe, por lo pronto, que pedía un imposible: no habrá ningún acuerdo aceptado por las partes que incluya el ejercicio de la autodeterminación en el Sáhara. Y no lo habrá porque Marruecos, de siempre, se ha negado a acatar tal horizonte. Si la declaración de la vicepresidenta primera se convierte, entonces, en un lamentable brindis al sol, la del ministro Moratinos retrata bien a las claras lo que ocurre: como quiera que el Gobierno español no tiene intención alguna de romper un plato en su relación con Marruecos, sus declaraciones en defensa de los derechos humanos quedan en agua de borrajas. Importa mucho más el negocio marroquí de nuestros empresarios y el papel de escudo que la monarquía alauí ejerce frente a la inmigración ilegal y la expansión del islamismo radical que la defensa cabal de los derechos de un pueblo castigado y olvidado.
Si nada ha cambiado en la actitud de nuestros gobernantes, sí que lo ha hecho, en cambio, en la de una parte de la ciudadanía, de la mano de una inusitada reacción de solidaridad con Haidar y con su pueblo. Como bien recordaba el otro día un escritor, a buen seguro que han sido muchos, en estos días, los adolescentes que han preguntado a sus padres qué era eso del Sáhara Occidental. Más de uno, en fin, parece haber abierto los ojos ante las miserias que el Gobierno español muestra en este y en otros muchos terrenos. Las cosas tienen, con todo, otra cara. Ahí están, para testimoniarlo, profesores e intelectuales que han decidido que la autonomía dentro de Marruecos es la solución adecuada para el Sáhara; poco importa, al parecer, que esa autonomía se haya visto triturada por centenares de muertos, torturados y represaliados. Uno de esos intelectuales nos ha recordado, por cierto, que El Aaiún no es lo que era tres decenios atrás. Tampoco Varsovia era la misma en 1943… Cuando se echa una ojeada a los foros en la Red se descubre, en fin, que muchos ciudadanos sólo sienten desprecio ante lo que, en Lanzarote, ha hecho una mujer firme y valerosa.
De poco consuelo es, a estas alturas, certificar que lo del Sáhara no es, entre nosotros, sino un hito más en una política exterior miserable que remite a una Transición mal cerrada. Y es que nuestros gobernantes, los de ahora como los de antes, sólo sacan pecho en defensa de los derechos cuando estos no ponen en un brete los intereses de la octava economía del mundo.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política
No hay comentarios:
Publicar un comentario