La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) acaba de cumplir 36 años. Marruecos y el Frente Polisario han iniciado con retraso la quinta ronda de conversaciones informales en Nueva York. Mohamed Salem Bouamoud, encarcelado durante tres años en la Cárcel Negra de El Aaiún, se muestra optimista. Rachid Seghayer, activista en los territorios ocupados, en cambio, frunce el ceño. No espera grandes cambios porque no ve en Rabat «voluntad de llegar a un proceso de negociación».
GARA Ainara LERTXUNDI 20 de marzo de 2012
A 36 años de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), el conflicto continúa sumergido en un impasse, en el que no se vislumbran salidas, por lo menos, a corto plazo. Cerca de 200.000 saharauis, la mayoría mujeres y niños, siguen exiliados en los campamentos de refugiados de Tinduf, en pleno desierto argelino, mientras que de los territorios ocupados no paran de llegar testimonios de represión, aunque, como subraya el activista Rachid Seghayer, «los medios de comunicación solo reflejan el 20% de lo que ocurre en el Sahara ocupado porque Rabat no permite difundir absolutamente nada del día a día».
«La situación es extrema en los territorios ocupados. No estás seguro ni en la calle, ni en casa ni en ningún otro lugar», añade el expreso Mohamed Salem Bouamoud. Durante tres años estuvo en uno de los centros penitenciarios más siniestros del régimen marroquí, la Cárcel Negra de El Aaiún.
«Un cementerio de gente viva»
En 2005, un grupo de prisioneros logró llamar la atención de la comunidad internacional tras introducir en la prisión una pequeña cámara con la que captaron una de las celdas donde los presos, entre ellos Bouamoud, aparecían amontonados unos sobre otros. Pese al impacto que tuvo la fotografía y los gritos de tortura que encierran sus paredes, la Cárcel Negra sigue siendo destino común para muchos saharauis.
«Es un cementerio de gente viva. Es terrible, horrible», afirma Bouamoud con voz pausada. «¿Cuánta gente cree que puede caber en esta sala?», pregunta señalando la habitación -de tamaño medio-, donde se desarrolla la entrevista. «Pues una 120», contesta tras una breve pausa. «Estábamos como sardinas», agrega mientras se levanta del asiento para tumbarse en el suelo hecho un ovillo e indica con su brazo dónde tenía la cabeza de un compañero, el brazo de otro, la pierna de otro y así hasta completar una especie de puzzle con fichas de carne y hueso.
«Al día nos daban cinco litros de agua para beber, limpiarnos, hacer nuestras necesidades, lavar la ropa... Entre todos los presos guardábamos diez litros de agua para sanear un poco los servicios porque, de lo contrario, era imposible dormir por el olor. A la semana de estar ahí, me picaba el cuerpo entero por los piojos. Ningún organismo internacional ni ONG tiene autorización para entrar en la Cárcel Negra. Gracias a esa foto, el mundo supo lo que es», remarca.
En 2007, un comité especial de la ONU visitó el Sahara ocupado con la intención de investigar in situ las vulneraciones de derechos humanos. «El Gobierno marroquí alojó a sus integrantes en el Hotel Parador, uno de los mejores de El Aaiún. Pero les dijo que si salían de ahí, no podía garantizar su seguridad. A día de hoy, muy pocos datos han trascendido de este informe», destaca Seghayer. «Porque, a Francia, aliado de Marruecos, no le interesa», apostilla Bouamoud que, en octubre de 2010 se unió al campamento protesta de Gdeim Izik, para muchos el preludio de la Primavera Árabe.
De Gdeim Izik a Nueva York
«Nació del descontento y de la creencia de que era necesario un movimiento social. Con Gdeim Izik se quiso dar una imagen de lo que es el pueblo saharaui, que tiene muchas maneras de luchar. Una de ellas fue, precisamente, este movimiento social pacífico, que empezó con 40 haimas y acabó con 8.000, y que reclamaba igualdad de oportunidades y poder sentir la paz de los colonizadores; porque la vida en los territorios ocupados carece de normalidad. Marruecos continúa robando, explotando la riqueza del pueblo saharaui sin repartir nada a nadie. Las más de 20.000 personas que allí se reunieron, entre las que había mujeres, niños, ancianos y discapacitados, pedían cosas justas y que el mundo se acuerde del pueblo saharaui y no lo abandone a su suerte en manos marroquíes», incide.
En el plano diplomático, el foco ha vuelto a estar en Nueva York, en lo que pueda salir de la quinta ronda de conversaciones informales que han mantenido Marruecos y el Frente Polisario bajo el auspicio de la ONU.
El objetivo, en palabras del enviado especial para el Sahara, Cristopher Ross, es «evitar que se enfríen los contactos», suspendidos en varias ocasiones.
Seghayer y Bouamoud discrepan sobre el alcance de esta cita. «No espero nada. Es la quinta ronda y nada ha cambiado hasta el momento. Y si lo ha hecho, ha sido para peor. La política de Marruecos es dilatar el conflicto en el tiempo. No tiene voluntad política de llegar a un proceso de negociación. ¿Por qué tiene miedo a un referéndum? Asistimos a un claro juego internacional entre Marruecos, España y Francia», destaca Seghayer. Aunque Bouamoud coincide con él en que la resolución del conflicto depende de «intereses políticos», mantiene aún cierta confianza en la diplomacia. «Tengo todavía esperanza en la comunidad internacional porque somos un pueblo que solo pide su libertad. Si Francia nos deja, estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo», concluye.
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