*Foto (2009, reunión de los eurodiputados con activistas saharauis de DDHH)
A finales de enero de 2009
aterricé en El Aaiún formando parte de la Delegación del Parlamento Europeo
para el Sáhara Occidental. Fue la primera visita oficial efectuada al
territorio por parlamentarios de cualquier ámbito desde que fuera ocupado por
Marruecos en noviembre de 1975. Permanecimos allí menos de 24 horas, durante
las que, a un ritmo frenético y cargado a veces de tensión, nos entrevistamos
con numerosas asociaciones saharauis en el antiguo Parador Nacional, atestado
por cientos de personas, unas, simples ciudadanos, otras, fuerzas de seguridad
de Marruecos.
Nunca he escrito sobre aquel
viaje, nunca, porque pensé que la mejor manera de hablar era dejar que lo
hiciera colectivamente el Informe que rendiría la propia Delegación ante la Eurocámara, como así hizo. Hoy se puede consultar ese texto en los archivos del
Parlamento Europeo y en las escasas noticias dedicadas por la prensa
occidental, incluida la española, al documento y al propio viaje en sí.
Lo que oímos entonces no
dejaba lugar a dudas: los saharauis partidarios de la autodeterminación del
territorio eran víctimas de una persecución sistemática y regular por sus
opiniones que incluía la cárcel, las detenciones arbitrarias, la tortura y el
acoso permanente, por no hablar de la represión violenta de cualquier
manifestación colectiva en ese sentido. Lo que pudimos constatar no era nada
distinto a lo que organizaciones tan creíbles y acreditadas como Human Rights
Watch habían verificado antes, es verdad, pero esta vez por parte
parlamentarios europeos.
Los testimonios en ese sentido
de auténticos símbolos de la dignidad humana como Aminetu Haidar no recibieron
ni una sola argumentación creíble en sentido contrario. Más aún, ella misma y
otros saharauis que comparecieron ante nosotros llegaron con dificultades (por
ser moderado en el término) a la reunión y salieron del mismo con otras
añadidas. Todavía recuerdo sus llamadas angustiadas pidiéndonos protección y
aún nos veo saliendo del edificio a todo correr para que pudiera llegar al
encuentro.
Al igual que tengo todavía en
mi mente la frustración que se sentía al escuchar a los miembros de la MINURSO
(la Misión de la ONU) explicar que en su mandato no se incluía la verificación
de las violaciones de los derechos humanos en el Sáhara Occidental, lo que les
impedía actuar en ese terreno, y las palabras de los activistas marroquíes por
los derechos humanos confirmando que lo que estaba ocurriendo en El Aaiún y
otras ciudades del territorio era una persecución por delitos de opinión.
Esta semana se cumple el
triste aniversario de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, con los que la España
franquista (pero España, al fin y al cabo, para el derecho internacional) hizo
dejación de sus obligaciones como potencia administradora del Sáhara
Occidental: el 14 de noviembre de 1975. Directamente, sin solución de
continuidad, de aquellos polvos vienen estos lodos de violaciones de los
derechos humanos de quienes siguen defendiendo el derecho a la
autodeterminación de su pueblo.
Un derecho de
autodeterminación establecido por la Resolución 1514 de la Asamblea General de
las Naciones Unidas y reconocido específicamente al pueblo saharaui en otras
tantas y tantas resoluciones de la ONU que es difícil recordar su numeración,
pero que a pesar de todas ellas le sigue siendo imposible ejercer.
Hoy, la ONU sigue empujando
para que la legalidad internacional se abra paso. Hace pocos días, el enviado
especial de su Secretario General, Christopher Ross, ha visitado la región y,
por primera vez, los territorios ocupados de la misma para buscar fórmulas que
permitan al pueblo saharaui pronunciarse por la única vía que la legalidad
contempla: las urnas de un referéndum que lleva durmiendo demasiado tiempo el
sueño de los justos.
Un paso en ese sentido sería
ampliar el mandato de la MINURSO al capítulo de los derechos humanos. Otro más,
que la UE fuera capaz de comprender de una vez por todas que el tiempo no todo
lo cura y que en los campamentos y en las ciudades ocupadas seguirá viviendo el
pueblo saharaui, porque a los pueblos no los borra el mirar para otro lado como
si no existieran. Y, finalmente, un tercero que en realidad es el previo, el
del medio y el último: que España asuma de una vez su responsabilidad histórica
como potencia administradora que sigue siendo mientras haya derecho, anales en
la sede de la ONU y memoria en las víctimas.
Pocos meses después de aquel
viaje dejé de ser eurodiputado. Pero estoy convencido de que el esfuerzo hecho
entonces por aquella Delegación, una minucia comparada con la valentía de
quienes defienden sus derechos sobre el terreno, sirvió para que los saharauis
sintieran manos amigas. Españolas y europeas.