Mariem Hassan, gran dama de la música
tradicional del desierto y enferma de cáncer terminal, ofrece un emocionante
concierto
*Foto: Concierto de Mariem Hassan en el
campamento de Dajla (Tinduf, Argelia). / CARLOS CAZURRO
Posiblemente en el lugar más inhóspito del
planeta, el campamento de población refugiada saharaui de Dajla (Tinduf, Argelia),
dio la noche del sábado Mariem Hassan el que quizá sea el último concierto de
su vida. La cantante saharaui, gran dama del haul, la música tradicional del
desierto, padece un cáncer terminal y es difícil imaginar que en las
condiciones en las que está, pueda
ofrecer alguno más.
Por eso el haul seco y doliente que ella ha
llevado por el mundo en los últimos años, sonó esta vez más emocionante que nunca. Sus cientos de
seguidores saharauis conocen el mal que la aqueja, y ella, mujer de profundas
convicciones religiosas, y consciente de su gravedad, dice haberse puesto en
manos de Mulana, que es la manera saharaui de referirse a Dios.
El haul es poesía sustentada sobre las
afinaciones atonales de la tidinit, pequeña guitarra de dos cuerdas con un
caparazón de armadillo o tortuga como caja de resonancia, y anclada al ritmo
machacón y plomizo del tbal, el tambor que las antiguas mujeres nómadas tocaban sentadas en el suelo cuando
las caravanas paraban para las diversas celebraciones en mitad de la nada, sobre
piedra y arena y a la sombra de una solitaria acacia o una jaima. Arengas
guerreras de carácter épico y plegarias a Alá constituyen las dos vertientes
principales del contenido formal de los poemas del haul que Mariem ha dado a
conocer al mundo desde la humildad de
una mujer expulsada de su tierra, el Sáhara Occidental, obligada primero al
exilio como refugiada y que está pasando sus últimos años en Barcelona, como
base de sus actividades musicales, además de seguimiento de su enfermedad.
Pero ya hace tiempo que Mariem cambió las
estructuras de su banda. Sustituyó los instrumentos tradicionales por guitarras
eléctricas y batería, sin faltarle al respeto al haul tradicional, el folclore
de su tierra, aunque muchas veces lo arrimara a las improvisaciones del jazz y
la intensidad del blues, esa música también doliente que a pesar de que se
difundiera desde los negros
norteamericanos, hunde sus raíces en África.
En su última noche del desierto, en la
jornada final del FiSahara (Festival Internacional de Cine del Sáhara) Mariem
recuperó el formato tradicional: volvió a poner a cuatro mujeres en el suelo para hacerle segundas voces, los
ritmos de siempre y secundarla en su canto diezmado. Y el añadido misterioso de
Sebastiâo Antunes, el guitarrista invidente portugués que se ha mantenido fiel
a ella en los últimos tiempos.
No había engaños, se quiere ir tranquila: en
mitad del concierto pidió perdón a su pueblo por si alguna vez le había fallado
Senhora de amortâo es una pieza del
folclore luso que habla de la figura de una virgen que sus devotos colocaron
dándole la espalda a España en una localidad fronteriza. Con ella arrancó
Mariem el concierto, trasladando ese desencuentro con el vecino como metáfora del
enfrentamiento de su pueblo contra la invasión ilegal marroquí. Asombra
comprobar cómo dos sonoridades aparentemente tan opuestas, la portuguesa y la
saharaui, se ensamblan de manera tan natural cuando Mariem se deja mecer por
Sebastiâo. Siempre ha sido ella muy intuitiva y se ha dejado aconsejar por los
que han vigilado su carrera internacional, y el tándem que forma con el portugués resulta de lo más hermoso, lástima
que les vaya a quedar tantos buenos momentos por ofrecer y disfrutar.
Con la sonrisa en los labios, la voz
atronadora de Mariem Hassan sonó de nuevo en la inmensidad de la noche
estrellada como el grito de todo un pueblo que solo pide que le devuelvan lo
que le quitaron, su tierra. Agotada, cedió protagonismo a sus músicos, mujeres que había conocido solo tres días antes y con
las que apenas había ensayado. Ellas y Sebastiâo sostienen las carencias de la
gran dama, que aguantó sentada en el suelo con más dignidad y coraje que fuerza
física.
No había engaños, sonaba a despedida, se
quiere ir tranquila: en mitad del concierto pidió perdón a su pueblo por si
alguna vez le había fallado. Y se disculpó de seguir en el escenario cuando
desde el público le solicitaron al final
que cantara El Aaiún egdat (Arde El Aaiún), una de sus últimas canciones de
éxito dedicada a los tristes acontecimientos ocurridos en la capital del Sáhara
Occidental ocupado en noviembre de 2010.
Entre el repertorio abordado en el concierto, Sebastiâo
intercaló una canción de José Zeca Afonso, conocido sobre todo por Grándola
vila morena, que ya en los años setenta dedicara a la causa saharaui. Junto a
Sebastiâo, Mariem la cantó como si fuera
suya, aportando esa voz que estremece, más aún si se conocen las circunstancias
que concurrían esa noche.
Se levantó como pudo del suelo, ayudada por
sus músicos, y se fue sin hacer ruido a su jaima, como siempre ha sido su vida,
discreta para lo grande que es. Su legado es enorme, y lo que ha hecho por la
música saharaui alcanza dimensiones insospechadas, seguramente mejor valoradas
pasados unos años. A falta de una patria real, el pueblo saharaui ha encontrado
en la música y la cultura el patrimonio al que se ha seguido agarrando para
mantener su identidad. A ella se lo tienen que agradecer.
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