Semejante reivindicación puede parecer
una utopía, y en los tiempos que corren, una frivolidad un tanto improcedente.
Pero el hecho es que, no hace mucho, la RAE ha acordado la creación de una
Academia Guineana de la Lengua, lo que nos lleva a plantear, desde un punto de
vista lingüístico, la cuestión de la otra excolonia española en África, el
Sáhara Occidental, que guarda muchas similitudes con Guinea, si bien el número
y el estatus de las lenguas vernáculas son distintos en uno y otro caso (como
lo es, en menor medida, el papel del español). Pero es el marco político el que
marca las distancias: el Sáhara Occidental no ha alcanzado su ansiada (y
–recordémoslo- legítima) independencia.
Y, como todos sabemos, eso es así por culpa de la invasión codiciosa de un país
vecino, el apoyo interesado de otros y la complicidad traidora de la metrópoli,
que, violando toda ética y todo derecho internacional, acabaron condenando al pueblo saharaui al
exterminio, la marginación o el exilio, y a una violenta ocupación de su
territorio que dura hasta nuestros días.
Pero, pese a ello, y pese a la vergonzosa
desidia española, ese pueblo mantiene su raigambre y vocación hispánicas: vive,
se educa, lee, escribe y crea en español (hay toda una literatura saharaui en
lengua española, con obras tan significativas como Don Quijote, el azri de la badia saharaui, y adopta el español como
lengua oficial, como seña de identidad frente a la francofonía circundante. ¿No
es hora de reconocerles –ya que se les niega otro tipo de reconocimiento- el
derecho de integrarse plenamente en la comunidad lingüístico-cultural hispánica?
¿No ha llegado ya el momento de abrir las puertas a la creación de una Academia Saharaui de la Lengua Española, como
la Guineana, la Filipina o la Norteamericana? Esto no solo sería un acto de
justicia lingüística, sino que reafirmaría la esencia identitaria del pueblo hermano (que no es franco-marroquí)
y, de paso, contribuiría a recuperar el orgullo que un día perdimos los
españoles y, desde hace casi cuarenta años, sigue enterrado en las arenas del
desierto.
José Ramón Heredia, profesor de la Universidad
Castilla La Mancha.
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